martes, 31 de diciembre de 2024

Sigo aquí. Pese a todo.

 

El siete de diciembre, comenzando una madrugada calurosa, mi corazón se detuvo. Fueron unos pocos segundos, pero ese silencioso latido invitó a la muerte al borde de mi ventana. Acarició las flores que cuidé por meses y miró mi rostro, el sudor que me cubría, mi ignorancia. La muerte, imagino, sonrió. Y con su cálida mano prefirió despertarme a llevarme en su oscuro seno. Su visita fue corta pero prometedora; su caricia quedó congelada en mi mejilla.

Desperté con un dolor acuciante en el pecho, como una estampida de imaginarios elefantes que pisoteaban mi esternón. Traté, en vano, de aliviar mi dolor con todas las medicinas que tenía a mi lado. Nada funcionó. Miré mi cama de dos metros que solo habitaba a medias. Me fijé en el armario cerrado y en la ausencia de unos pasos que alguna vez pudieron ayudarme. El dolor se regó por toda la habitación y sentí los elefantes corriendo en mis hombros y en mi mandíbula. Traté de tomar aire. No había aire.

Pedí un Uber con los ojos entrecerrados. Recorrimos las calles que marcaron mi vida en la búsqueda de un hospital. La ciudad dormitaba; y las luces que debían darle forma al amanecer bostezaban con pereza, sin el ánimo necesario para otro día más. Pero no hubo despertar, ni cantar de mirlos, ni rocío de mañana; solo el frenesí de luces blancas, voces monótonas, sonrisas y vacío, mucho vacío. La iridiscente noche quemó mis párpados y murió.

Luego, frente al espejo urbano, intoxicado por el aire poroso de la ciudad me vi reflejado. No morí, seguí allí, la muerte solo jugaba. 

No sé vivir bien. Y claramente tampoco morir adecuadamente.

Pedí un taxi y me deje perder por las calles de una ciudad que, hace unos pocos minutos, se había olvidado de nuevo de mí.

domingo, 15 de mayo de 2022

15 de Mayo

 El 04 de marzo del 2013, caminando por la universidad, decidimos detenernos. Nos miramos a los ojos y acordamos que había llegado el momento, que era necesario formalizar ese amor enredado que estábamos llevando. En ese entonces ya habíamos practicado muchas escenas del cine de comedia romántica y nos sobraba amor; no creíamos que fuera para siempre pero estaríamos contentos con lo que durara esta eternidad.


El 15 de mayo del 2022, a las 00 horas y algunos minutos terminó la eternidad. Nueve años completos. Terminamos siete días antes de tu cumpleaños. Me alegra haberte dado el regalo que preparé para ti temprano ese día; no sabría qué hacer con él, en mi cuarto, después de que nos hubiéramos agregado a la lista de cosas para olvidar. Mientras me explicabas un amor que ya no tenía sentido y me pedías que te convenciera de que siguiéramos, de que estábamos destinados, yo callaba y miraba tus ojos que se ahogaban en llanto. No pude llorar, no quise sentir, traté de racionalizar todo. Y entré más lo pensaba más me encontraba con el vacío.

Aún tenemos proyectos de inversión juntos, dos viajes pagados para escuchar dos artistas que amamos y la incertidumbre de muchas amistades que nos quieren por ser nosotros. Y yo solo pensaba en todos los espacios vacíos.

Escuchamos música abrazados y lloraste en silencio. Yo me fui encerrando hacia adentro, buscando todas las protecciones necesarias para poder sobrevivir tu ausencia. Al cambio de canción se reprodujo, automáticamente, una canción de Jorge Drexler que nunca había tenido sentido. Y de repente lo tuvo; y de repente se instaló en todos mis vacíos.

No quiero que lleves de mi
Nada que no te marque
El tiempo dirá si al final
Nos valió lo dolido
Perderme, por lo que yo vi
Te rejuvenece
La vida es más compleja
De lo que parece
Mejor, o peor, cada cual
Seguirá su camino
Cuánto te quise, quizás
Seguirás sin saberlo
Lo que dolería por siempre
Ya se desvanece

La vida es más compleja
De lo que parece

Y entendí que se había instalado en mis ojos el velo transparente del desasosiego. Que toda mi vida carecía de sentido porque, de repente, ya no se sostenía de un lado. Y lloré en silencio sin sollozar, para que no lo notara. Esa madrugada me arranqué una parte de mi que me sostenía.

Y no planeó rellenarla jamás. Hace un par de años me lo dije, de hecho. Que un proyecto de pareja era una ruleta donde lo apostabas todo y perdías o ganabas. ¿Pero sabes qué? Me dijiste que tú tenías toda la suerte y yo no tenía nada. 

En fin. Dejo este borrador así, aquí, que no encontrará jamás otra versión. No pienso, no siento. 

Y si miró hacia atrás me daré cuenta que ya estoy cayendo.

No quiero caer.

sábado, 9 de abril de 2022

30 segundos de apnea

 

Escribir cuando te duele algo es absurdo. Te ponés todo monotemático y las palabras se quedan estancadas; y no las podés decir. Nada, te quedás callado, absorto en la contemplación de todo lo que hiciste mal, las cosas que ya no le decís a nadie, las mierdas que nunca ocurrirán. Y lo que escribís suena a la canción que estás escuchando; I love you so de The Walters. Suena la primera estrofa y pensás que te representa, que no basta con amar como un loco cuando no podés lidiar con el todo del otro. Pero no te podés querer tanto como el de la canción. También querés irte, pero porque te hace falta huir, porque no querés afrontar, porque uno también se desgasta, como todos los borradores que compró tu madre y te acabaste, arruinando cartas de amor.

Y te ibas a casar. Como en las películas cursis que odiaste desde el hígado hasta el corazón. Planeaste un hogar juntos, maestrías, toneladas de “sería bonito que…” irrealizables. Miras las cosas que amontonaste en tu habitación que iban a ser para los dos, los regalos que compraste y ya no quieres entregar el mes siguiente, tu vida, desordenada, impropia, absurda.

Me odio tanto.

Piensas, quizás. Y miras tu trabajo pendiente, en el computador. Antes de empezar a escribir tu disertación terminabas un ensayo sobre las sociedades virtuales representadas en un collage loquísimo de Reddit. Pero ya no quieres decir nada por mucho que te apasione el tema. ¿Para qué? ¿Quién te va leer si tus interlocutores también se están quedando ciegos?  No quieres estar allí, en algún lado, midiendo en herzios y pestañazos un texto ingenuo.

Ojalá el gato mejore.

Y puedas sonreir.

Y sobrevivas a tus padres.

Tú puedes.

Yo sí te amo.

martes, 1 de diciembre de 2020

Sencillo texto de ansiedad

 Nos acostumbramos a la gente que amamos. Pero lo normal cambia. Todo el tiempo se está transformando. No amamos de la misma manera, no soñamos de la misma manera, no somos las mismas personas. La falacia de madurar está relacionada con reconocer que la vida, como el río de Heráclito, está en constante movimiento. Antonio machado soñaba con una vida que se construye paso a paso, sin avisar a nadie, sin explicarle a aquellos que nos importan la dirección que estamos tomando. Y la muerte es inevitable. Y desgarradora. Pero más que ser nuestros propios deseos, también somos las expectativas que los demás han puesto sobre nosotros; es como si fuésemos nosotros y además fuésemos todos los que amamos.

Mi madre no murió un noviembre de hace varios años mientras me decía que me amaba.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Mientras caemos


Podríamos armar bellas historias con todas las palabras que no decimos. Coger todos esos discursos que no nos parecieron adecuados, esos en los que pusimos silencios para adecuar la estética de nuestra realidad y escribir. ¿Cuántos textos enteros se redujeron a un “te amo” puntual que esperabas pudiese significar todo lo que no querías decir? Podríamos armar novelas enteras, crear un Mr. Darcy y una Elizabeth que conversan en diálogos geniales bajo el diluvio de alguna duda. Podríamos, pero preferimos llenarnos de silencio hasta que se deforme nuestro rostro y se caiga el cabello.

En el espejo me veo más ojeroso que hace algunos años. ¿Habrá palabras escondidas bajo mis ojos? Quiero creer que, sencillamente, la relación con mi espejo jamás fue la mejor. No tengo criterios para decidir si estoy bien pero debo preparar una respuesta; eventualmente alguien me lo preguntará y responderé de manera que se lo crea. “Bien”, “bien”, “bien”, “no preguntes, no quiero responderte, no sé si me siento bien o mal o si debería importarme pero deseo que me dejes en paz y perdones mi desinterés por saber cómo estás tú”. Sonrío, es más fácil; memoria muscular del pasado, por allá cuando desdibujaron la definición de felicidad con el codo y solo quedó un manchón. Me gustaría odiar sin consecuencia.

Somos silencio. Me he convencido de ello. Somos más las cosas que no decimos que aquellas de las que estamos seguros. Soy un texto lleno de borrones mal hechos, el texto de alguien que no le puede importar menos la coherencia de sí mismo, la sintaxis, la cohesión el ritmo, todo. Él borra cuando le parece necesario, así con artículos, adjetivos, adverbios, palabras, miedos. Y el texto, ese que soy yo, es extraño. Tan extraño que nadie se toma la molestia de leerlo porque ni él mismo puede resolver su conflicto informativo.

“Hola, me llaman Panda. No es mi nombre pero es como me refieren los demás. En este mundo donde los otros te construyen me he vuelto Panda y he olvidado mi nombre así que no te lo daré. En este texto el primer silencio es nominativo. El siguiente es de orden emocional y resume toda la historia: “Te amo”. Las cosas que no digo te darán una idea de que no todo está tan bien como te gustaría calificar mi estado de ánimo cada vez que me ves. Pero no importa, no importa que no sepas leer y que no te importe el segundo que me tomo aspirando para responder. Espero que tú estés bien. No te preocupes que no notaré que te atragantas un poco para expresarte. Relájate: no significa algo para mí, tampoco me importas. En este mundo solo eres otra etiqueta.

Me llaman Panda. Es un gusto conocerte.”

sábado, 25 de agosto de 2018

Texto


El final llegó demasiado pronto. Ni siquiera tenía un punto de referencia, ni una medida, ni nada. Solo sé que llegó de sorpresa y fue demasiado pronto. Lo supe en ese momento; supe que faltaba mucho más, que aplacé tanto mi propia vida que se consumió en una sala de espera. Llevo treinta años convencido de que siempre hay un más tarde, un después, convencido de que mientras esté cómodo no hay problema. Hoy es mañana. Son las tres de la oscuridad y te lloro; te lloro apenas ahora porque apenas comprendo que siempre estuviste de última. Y ya no estás. No esperaste y te fuiste como tantas veces hice, y, como yo, tampoco regresaste. Me ha quedado un libro de tareas pendientes, una vida de compromisos conmigo mismo que no sé cómo cumplir porque estabas en todos. Me he quedado paralizado, tirado en el suelo sin saber qué hacer con mi vida. Las personas que me importan están en la sala de espera y yo sufro por esa mujer que se fue, esa mujer a la que quería mostrar todos mis logros, esa persona  a la que algún día iba a hacer sentir orgullosa.

Ni siquiera alcanzaste a ir a mi grado. Y yo me quedé congelado, con el título en la mano, sin haberme graduado jamás.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Escena de él en el restaurante


El 23 de junio llovió en la ciudad. A él le pareció un mal desarrollo, sentado del lado seco del espejo urbano, mientras la esperaba a ella en un restaurante. Leyó la carta un par de veces y detalló el lugar, a los meseros, el acuario que había entre la cocina y ellos. Contó las gotas que chocaban contra el cristal y se preguntó de qué carajos podía hablarle. De mujeres, de cosas como las uñas, la belleza, la ropa. Miró su vestido. Una camisa gris por fuera, unos pantalones de drill dos tallas más grandes y unas zapatillas. Le hablaría de la carta, se decidió. Le recomendaría pescado, Coca-Cola con un poco de limón y helado de postre. Había leído en una novela de Pérez-Reverte que el hombre siempre debía saber un poco más de lo que aparentaba. Saber más, ir un paso adelante. Le pareció que el encuentro sería una partida de ajedrez, y que, por primera vez, él iba predispuesto a perder. La puerta se abrió con violencia y ella entró junto a la tarde lluviosa. Él notó, resignado a su derrota, que él abrigo que ella traía puesto, con sugerentes parches de colores, era mucho menor que él.



Llegó una hora antes de lo acordado al restaurante en la calle Ronda. Se registró, pidió una copa de vino al azar y anunció que esperaría a su compañera para ordenar. La mesa que su editor había elegido estaba al lado de la ventana. El sol daba sobre ella como si hubiera decidido condenarlos a un enfermo voyerismo galáctico. Se imaginó el cotilleo entre los planetas, comentando su encuentro como un evento que podría cambiar el orden del universo. El mesero puso el vino sobre la mesa y se retiró. Él los ignoró a ambos. Afuera, la lluvia empezaba a golpear contra el cristal, intentando impedir el encuentro. De qué hablaría con esa mujer, pensó. De la conspiración planetaria que lo había obligado a escribir una novela llena de absurdos. Del sol, de la lluvia, de la tarde que se iba. De la impuntualidad. Pensó que, de alguna manera, se había vuelto adicto a perder todas las partidas de ajedrez. Miró el vino, aspiró su aroma y lo probó. Sabía a azufre.