Somos una sociedad globalizada de hipócritas, compuesta de pequeños mundos con “requisitos”. El personaje de la canción “Ya no sé qué hacer conmigo” lo sabe. Dando una revisión a todo lo que ha “cambiado” se da cuenta que en realidad es el mismo y que todas esas contradicciones a las que se ha enfrentado fueron solo requisitos para crearse una imagen. No ha cambiado él como individuo en una sociedad. Ha cambiado lo que quiere mostrar, adaptando su propia apariencia a alguna situación particular, o simplemente dejándose arrastrar por la “manada”.
Los seres humanos tenemos máscaras dependiendo de la situación o el grupo de personas. La “cara” que le ponemos al profesor de taller de escritura y la que le ponemos a nuestros amigos cuando hablamos mal de éste no es la misma. Puede que no pensemos lo que decimos; puede que tengamos algún objetivo como impresionar a nuestros compañeros con “valentía”, pero necesariamente no somos nuestra esencia, porque desde el momento en que comenzamos a tratar de “encajar” en todas partes nos empezamos a creer nuestras mentiras y nos transformamos en ellas. Pronto nos volvemos el “vestido” que usamos y olvidamos a quien lo usa junto con sus motivos para usarlo.
¿Qué quiere mostrar un adolescente con jeans rotos? ¿Para qué los tintes de cabello, o los cortes “extravagantes”? ¿Qué se esconde tras los cortes en los brazos de algunos adolescentes? ¿Para qué leemos libros que no nos gustan? Sencillo: Fingimos un cambio de imagen para adaptarnos a los aparentes requisitos de una sociedad. Tenemos la necesidad de encajar en un mecanismo que solo ofrece beneficios si funciona y solo funciona si cada piñón gira como se pide. Los individuos somos esos piñones y para “funcionar” debemos llenar los requisitos que el consumismo, la publicidad y la “manada” imponen.
Un ejemplo sería nuestro grupo de literatura donde para “charlar con el resto” toca tener un conocimiento mínimo de lectura. En el sentido estricto del grupo, quienes en toda su vida hayan leído los didácticos libros de “nacho”, la saga de Stephanie Meyer, los libros de Harry potter o algún Popol Vuh obligado en el colegio no podrán más que contentarse con escuchar a quienes han leído a autores como Bretón, Stendhal, Víctor Hugo, Kafka u otros y asentir con la cabeza a lo que se diga. No hay que dejarse coger ventaja de los compañeros o te miraran por el hombro. Toca leer así no quieras; toca encajar.
Una insatisfacción propia nos empuja a comparar modelos de vida y a copiarlos para ser más como otros y menos como uno. Jugamos con lo que los demás juzgan de nosotros para causar impresiones. En el fondo somos la misma persona pero la imagen que proyectamos es una imagen con estándares de “encaje” que quiere captar un atisbo de atención. Esa imagen no es un producto únicamente visual; también es parte de lo que cortamos al decir, de lo que nuestro perfil público quiere mostrar, los libros que leemos, la música que escuchamos, la gente con la que decimos andar, incluso lo que afirmamos pensar. En este sentido nos volvemos lo que queremos mostrar y es la opinión externa quien decide que tanto debemos querer a ese nuevo “yo” producto de la imagen creada.
El personaje de “Ya no sé qué hacer conmigo” entiende la necesidad de una hoja de vida personal para vivir. Ha hecho y dejado de hacer un número considerable de cosas que no lo han cambiado en absoluto, a veces contradiciendo lo que creía que le gustaba. Es importante considerar los factores de edad y las sociedades que rodean a cada época. Los requisitos que piden a un niño de 8 años y a un hombre de 40 años varían considerablemente al igual que los gustos. Hubo una época en la que amaba jugar “Stop” en la calle con los amigos de la cuadra; ahora los amigos se han muerto o sencillamente ya no se hablan con “la chusma” del barrio y si ni comunicación hay, toca olvidarse de los juegos. En la actualidad para ser un adolescente aceptable debo consumir, andar a la moda, tener una barba “cuidada” y si es posible conseguir una novia para lucir con los amigos y quitárselos de encima; en ese “mundo” general también toca encajar.
¡Olvidemos lo que somos! ¿Eso pa’ qué? Sigamos preocupándonos por una imagen para mentirle a las personas; sigamos haciendo lo que no queremos, mostrando lo que no somos, fingiendo apariencias que tarde o temprano se irán en contra de lo que somos y terminaran deshaciéndose. Tenemos que encajar y satisfacer lo que los demás quieren de nosotros porque ¿qué mierda importa lo que pensemos? Se nos dan unos estándares y tenemos que cumplirlos, ¡Qué ganas de llevar la contraria! Tarde o temprano todos seremos un mismo estereotipo que llevaremos con orgullo, sin identidad, sin creencias y sin voz. Corramos con la manada, para pronto llegar al matadero del olvido y el silencio.