lunes, 3 de septiembre de 2012

Megera - El sentido del odio


No estoy dispuesta a disculparme. Las personas que juzgo lo merecen y por el contrario, yo no merezco su odio. Cada tanto debo disfrazarme de miedo para castigar porque el miedo es la primera parte de la condena. Luego viene un inútil arrepentimiento y la muerte, dependiendo de lo “indulgentes” que sean los dioses. A veces me pregunto si deberíamos molestarnos en bajar, las tres; para ellos – en particular Apolo – casi todas nuestras “víctimas” actúan bajo su mandato y merecen el perdón. Eso de por sí ya es una premisa idiota; independientemente de quién les ordena, el daño cometido no se puede compensar. Son culpables por hacerlo pudiendo evitarlo.

Dejo mi deber en el Erebo y cubro mi cuerpo de sangre, serpientes y alguno que otro adorno ritual. Dependiendo del clima remato con unas alas oscuras. Con todo esto, tomo mi lista y bajo a cumplir con mi cometido. La infidelidad es abundante incluso en los dioses – sobre todo en ellos, pero no los puedo tocar – y aun así  soy la que tengo menos trabajo. Mi hermana que castiga los delitos de sangre mantiene ocupada y con ella, nosotras. Siempre estamos juntas así no sea el castigo de nuestra autoridad. Debemos cuidarnos. Solo somos nosotras y nada es inmortal. Con todos esos héroes que engendran los dioses, un día uno podría buscarnos para desmoronar el equilibro en pos de su “justicia”. Pero por ahora la justicia somos nosotras.

Y nos odian. Tanto el que agravia como el agraviado. Incluso todo el Olimpo por renegar su autoridad. Nosotras no pretendemos que sea así, no lo buscamos, no lo elegimos. La sangre de un “miembro titánico” nos dio vida y responsabilidad. Si hubiera sido distinto,  hijas de un escultor, un mercader perezoso o cualquier otro mortal, estaríamos a la merced de los dioses, amando a los humanos, lastimándoles por error y traicionándoles por placer. Pero no pudimos elegir y terminamos malvadas, siendo parte del Erebo, condenando y juzgando con la muerte porque no se puede hacer un acuerdo con nadie. Nos toca jugar del lado del odio.

Y no estoy dispuesta a disculparme. No lo hago por placer ni por resentimiento. Es solo mi trabajo.