miércoles, 9 de agosto de 2017

Escena de él en el restaurante


El 23 de junio llovió en la ciudad. A él le pareció un mal desarrollo, sentado del lado seco del espejo urbano, mientras la esperaba a ella en un restaurante. Leyó la carta un par de veces y detalló el lugar, a los meseros, el acuario que había entre la cocina y ellos. Contó las gotas que chocaban contra el cristal y se preguntó de qué carajos podía hablarle. De mujeres, de cosas como las uñas, la belleza, la ropa. Miró su vestido. Una camisa gris por fuera, unos pantalones de drill dos tallas más grandes y unas zapatillas. Le hablaría de la carta, se decidió. Le recomendaría pescado, Coca-Cola con un poco de limón y helado de postre. Había leído en una novela de Pérez-Reverte que el hombre siempre debía saber un poco más de lo que aparentaba. Saber más, ir un paso adelante. Le pareció que el encuentro sería una partida de ajedrez, y que, por primera vez, él iba predispuesto a perder. La puerta se abrió con violencia y ella entró junto a la tarde lluviosa. Él notó, resignado a su derrota, que él abrigo que ella traía puesto, con sugerentes parches de colores, era mucho menor que él.



Llegó una hora antes de lo acordado al restaurante en la calle Ronda. Se registró, pidió una copa de vino al azar y anunció que esperaría a su compañera para ordenar. La mesa que su editor había elegido estaba al lado de la ventana. El sol daba sobre ella como si hubiera decidido condenarlos a un enfermo voyerismo galáctico. Se imaginó el cotilleo entre los planetas, comentando su encuentro como un evento que podría cambiar el orden del universo. El mesero puso el vino sobre la mesa y se retiró. Él los ignoró a ambos. Afuera, la lluvia empezaba a golpear contra el cristal, intentando impedir el encuentro. De qué hablaría con esa mujer, pensó. De la conspiración planetaria que lo había obligado a escribir una novela llena de absurdos. Del sol, de la lluvia, de la tarde que se iba. De la impuntualidad. Pensó que, de alguna manera, se había vuelto adicto a perder todas las partidas de ajedrez. Miró el vino, aspiró su aroma y lo probó. Sabía a azufre.

viernes, 9 de junio de 2017

Textos perdidos...

Me hace falta escribir sobre cosas serias, decís. Parafrasear mis opiniones sobre la realidad y contrastar lo que dice aqueste acerca de cierto asunto totalmente relevante. Y yo no lo hago; me la paso diciendo banalidades sobre esas cosas cotidianas que nos tocan a vos o a mí. Un robo, una ciudad atrapada en una cámara, un montón de cansancio, los votos que se derramaron hacia atrás, mis noches, tus mañanas, los gatos. Yo hablo de todas estas pendejadas que a vos te parecen un reloj análogo sin manecillas, ese voto por un candidato que con suerte quedó de tercero y no podés hacer más que criticarme, mirarme por lo alto y ver las noticias; querés estar a la moda con lo que se debe decir, "actual". Equivocarse sigue siendo bastante actual ¿No? El problema es que la gente - y vos también - quieren aparecer en el Espectador, recibir un Guinness por usar más palabras desconocidas en un solo párrafo y pasar a la historia; quieren inmortalizarse como un Heidegger criollo. A mí me tocó estar de paso y hablar de lo que conozco: y es bastante poco. Quizás por eso amontono en mi mesa lo que escribo y te leo a vos, para aprender, conocer un poco más del mundo, obligarme a ampliar mi léxico con tus disertaciones encriptadas. Quizás por eso soy poco serio y hago un uso mediocre del diccionario al decir las cosas, porque quiero, que si algún día dejo que me lean, puedan entenderme todos sin ningún tipo de enredos "vetustos". Quizás, o definitivamente por eso hablo de lo que nos acontece a diario: porque de eso, lo cotidiano, sabemos todos.

sábado, 22 de abril de 2017

¡Hola!

Hace tres años no escribo más que un texto anual para publicar aquí. Mi tesis lleva dos años y ya está terminada. Sé que esto no es un lugar para poner este tipo de comentarios pero me siento bien y quiero contarle a mis lectores – olvidados totalmente – que vuelvo a la escritura. Este año escribiré mucho, quizás tanto o más de lo que creé para cuando abrí este blog. Es tiempo de recoger toda mi experiencia y dejarme llevar, navegar de un lado a otro buscando historias. Espero me lean. ¡Un fuerte abrazo!

viernes, 21 de abril de 2017

Leona

Hace mucho que sólo escribo textos académicos; no he tenido tiempo para más. Hoy vi una publicación tuya y pensé que me hacías mucha falta, que de alguna manera me importabas mucho más de lo que creía. Fuiste mi sobrina favorita desde que te conocí. Ahora, sin la institución de por medio y nuestras diferencias, hemos caído en un olvido sistemático.

Feliz navidad, leona.

Feliz año nuevo, panda.

Silencio. En mi computador suena la obra del Cascanueces, va por el “Pas de deux”. Quizás por eso me arriesgo a escribir. El pasado 2016 fui a verte ser parte del coro en una obra hermosa y triste; había trabajado todo el día y estaba agotado, por lo que no pude evitar dormirme. Me viste desde lejos y, junto a esa chica que nos conoce a los dos, te burlaste de mí. Luego ella me contaría. En mi sueño siempre te burlas; en mi sueño te importo. Luego despierto y la obra ha acabado, los músicos no están, el coro se ha ido. Salgo bostezando y no te busco. Voy pensando que todo es una metáfora de nuestra vida juntos, que sólo estoy despierto cuando ya te has ido, cuando te has cansado de esperar mi risa y mis chanzas. Soy un personaje sin desvelo, ese que ya no se entera de nada
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¿Viajarás este año?

No, pandita. Iré sólo a vacaciones. ¡Mi madre me ha comprado mucha ropa!

Quédate. Quédate. Quédate. Aquí, conmigo, no vayas a ese lado del mundo donde tu vida será mejor. No digo eso, sonrío y te deseo las mejores vacaciones. Quiero gritarte que me des un abrazo, me beses, veas una película conmigo. Pero también deseo que huyas lejos y encuentres tu propia vida, tus sueños, tu voluntad. Adiós, nos veremos el otro año, leona. Beso leve en la mejilla y cae el telón. Fue un buen montaje.

No te volví a ver, ni hablar después. También abandoné las partidas de rol donde te encontraba por medio de él, Santiago, brillante flautista y persona. Es abril de 2017 y ya no sé de ti, excepto por esa publicación. Escuchaba Extremoduro en mi cuarto y terminé frente al computador escuchando a Tchaikovsky, escribiendo una carta que no deseo entregarte. Han pasado varios minutos desde que te bloqueé como un niño que huye de sus miedos. Vine aquí a despedirme, a cerrar el ciclo, a respetar la decisión de arrancarte de mi vida. El cine, el manga rosa, la literatura contemporánea defienden la idea de que no tengo poder sobre mi crimen. Pero se equivocan: puedo hacerlo sin tu consentimiento porque no te importa.


Adiós leona. Ya no es necesario coincidir más, no te debes preocupar por encontrarme. Si lo haces ignórame. El telón cerró hace un par de meses y no quiero seguir escribiéndote líneas de diálogo. Adiós leona. ¡Y buen viaje!