El 23 de junio llovió en
la ciudad. A él le pareció un mal desarrollo, sentado del lado seco del espejo
urbano, mientras la esperaba a ella en un restaurante. Leyó la carta un par de
veces y detalló el lugar, a los meseros, el acuario que había entre la cocina y
ellos. Contó las gotas que chocaban contra el cristal y se preguntó de qué
carajos podía hablarle. De mujeres, de cosas como las uñas, la belleza, la
ropa. Miró su vestido. Una camisa gris por fuera, unos pantalones de drill dos
tallas más grandes y unas zapatillas. Le hablaría de la carta, se decidió. Le
recomendaría pescado, Coca-Cola con un poco de limón y helado de postre. Había
leído en una novela de Pérez-Reverte que el hombre siempre debía saber un poco
más de lo que aparentaba. Saber más, ir un paso adelante. Le pareció que el
encuentro sería una partida de ajedrez, y que, por primera vez, él iba
predispuesto a perder. La puerta se abrió con violencia y ella entró junto a la
tarde lluviosa. Él notó, resignado a su derrota, que él abrigo que ella traía
puesto, con sugerentes parches de colores, era mucho menor que él.
Llegó una hora antes de
lo acordado al restaurante en la calle Ronda. Se registró, pidió una copa de
vino al azar y anunció que esperaría a su compañera para ordenar. La mesa que
su editor había elegido estaba al lado de la ventana. El sol daba sobre ella
como si hubiera decidido condenarlos a un enfermo voyerismo galáctico. Se
imaginó el cotilleo entre los planetas, comentando su encuentro como un evento
que podría cambiar el orden del universo. El mesero puso el vino sobre la mesa
y se retiró. Él los ignoró a ambos. Afuera, la lluvia empezaba a golpear contra
el cristal, intentando impedir el encuentro. De qué hablaría con esa mujer,
pensó. De la conspiración planetaria que lo había obligado a escribir una
novela llena de absurdos. Del sol, de la lluvia, de la tarde que se iba. De la
impuntualidad. Pensó que, de alguna manera, se había vuelto adicto a perder
todas las partidas de ajedrez. Miró el vino, aspiró su aroma y lo probó. Sabía
a azufre.