El final llegó demasiado pronto. Ni siquiera tenía un punto
de referencia, ni una medida, ni nada. Solo sé que llegó de sorpresa y fue
demasiado pronto. Lo supe en ese momento; supe que faltaba mucho más, que
aplacé tanto mi propia vida que se consumió en una sala de espera. Llevo
treinta años convencido de que siempre hay un más tarde, un después, convencido
de que mientras esté cómodo no hay problema. Hoy es mañana. Son las tres de la
oscuridad y te lloro; te lloro apenas ahora porque apenas comprendo que siempre
estuviste de última. Y ya no estás. No esperaste y te fuiste como tantas veces
hice, y, como yo, tampoco regresaste. Me ha quedado un libro de tareas
pendientes, una vida de compromisos conmigo mismo que no sé cómo cumplir porque
estabas en todos. Me he quedado paralizado, tirado en el suelo sin saber qué
hacer con mi vida. Las personas que me importan están en la sala de espera y yo
sufro por esa mujer que se fue, esa mujer a la que quería mostrar todos mis
logros, esa persona a la que algún día
iba a hacer sentir orgullosa.
Ni siquiera alcanzaste a ir a mi grado. Y yo me quedé
congelado, con el título en la mano, sin haberme graduado jamás.