El tiempo era más lento en ese infierno. El hombre miró alrededor pero solo vio las vigas ardientes que susurraban cenizas sobre su rostro. Aún así, sentía que debía continuar; algo le llamaba. Ajusto su viejo y roído abrigo de bombero y saltó varios escalones desmoronados para alcanzar un paso seguro en la escalera. Estaba cansado y dolorido, pero si había vidas en ese piso –el último – también merecían una oportunidad. Alcanzó la cima y se encontró con varias puertas destrozadas a hachazos y el ruidoso crepitar de las llamas. Había perdido el tiempo. Tras él se desmoronaron en escombros las pocas escaleras que quedaban, cerrando la única vía entre él y el tercer piso. El hombre insultó al aire. Buscó con su mirada una ventana y pronto la vio: Al final del pasillo, al lado de una puerta rosada intacta. Corrió hacia ella y rompió el vidrio. Abajo se encontraban sus compañeros consolando a los familiares y ayudando a los heridos. Se veían como hormigas cuando alguien pisaba su camino: Desordenadas, buscando caminos alternos, sin saber qué hacer, mintiéndose a sí mismas, prometiéndose que todo estaría bien. Gritó con todas sus fuerzas para llamar la atención, pero las llamas y la tos apagaron su voz. Intento maldecir de nuevo, pero un débil lloriqueo y unos apagados ladridos llamaron su atención. Buscó de donde provenían y encontró la respuesta tras la puerta rosada, pero el ardiente pomo de la puerta le impidió pasar. El hombre rompió la puerta embistiéndola y cayó en un cuarto pequeño, rodeado de peluches negros de hollín que le miraban con un brillo macabro en sus ojos. No pudo evitar estremecerse. Siempre le había parecido que matar animales y luego idolatrarlos en peluche era lo más oscuro que tenia la humanidad, pero no lo comentaba. Los lloriqueos habían parado. El cuarto ya había sido invadido prácticamente por completo y la puerta por la que había entrado desapareció a sus espaldas cubierta por las vigas del techo. Era el fin. Quien estuviera allí tendría compañía para morir. Un ladrido fuerte se escuchó desde el otro lado de la habitación. Frente a él había una puerta escondida tras una muralla de llamas. No lo pensó mucho; pronto el fuego se apoderaría de su espacio y debía encontrar una salida; además por supuesto, salvar a quien estuviera detrás. Apretó el paso y atravesó el muro y la puerta rápidamente. Un golpe seco en la frente le hizo perder la consciencia.
Un fuerte golpe en la cara y un ladrido le devolvieron a la realidad. Una niña le miraba con ojos llorosos mientras sostenía un perrito gris en sus manos. El hombre se inclinó y estudió la situación. Estaba en una habitación de sirvienta. Tenía una ventana pequeña que daba a un callejón, pero era lo suficientemente grande para los dos. Debía salir ahora, el tiempo se acababa y el fuego no era paciente en ningún sentido a la hora de avanzar. Una lengua de fuego abraso su espalda y le obligo a decidirse. No lo pensó. Tomó a la niña en brazos y atravesó la ventana de un salto hacia el vacio de cuatro pisos que le esperaba. Vidrios y trozos de madera saltaron junto a ellos. El tiempo lentamente recupero su cauce. La caída fue larga para ambos, pero el golpe final no lo sintieron igual. El bombero cayó de espaldas y sintió como todo se hundía en su interior. El aire comenzó a escapar por todas partes y perdió la fuerza. La niña solo perdió el aire y se lastimo con una astilla de madera. Varios hombres se acercaron y se llevaron a la niña. Otro bombero le tomó de la mano.
-
-
- Todo estará bien, Bile - Murmuró sin seguridad - La niña ya esta a salvo, no debes preocuparte... resiste, ya vendra ayuda.
El hombre volteo la mirada y vio los ojos claros de la niña. Brillaban con tranquilidad mientras abrazaba su perrito. No los volvería a ver nunca. La imagen se le nubló y lentamente las palabras de tranquilidad de su amigo se volvieron un molesto pitido. Luego un ladrido, luego un beso en la frente y todo desapareció.