domingo, 23 de noviembre de 2014

Sobre la hipocresía de conocer el mundo

No se deje timar por la escuela ni la familia. Hace mucho que se les olvidó por qué y para qué actuaban de equis o yé manera. Ese cuento de que te enseñan lo correcto para ser ciudadano es basura, como la literatura moderna, el apio y la hipocresía del periodismo de escribir no-ficción. No te creas los edificios ni las calles que te muestran, no aceptes eso que ponen en los mapas ni valides las reglas de convivencia como si tal cosa. No te enamores; luego la “cagas” y tu pobre moral, como un mecanismo obsoleto y absurdo, se dispara en forma de culpa. La vida puede llegar a ser tan aburrida como una película de dos horas pero mucho más extensa. Eso si jamás dejas los prefabricados sociales y miras la calle desde un sillón.

Ahora, salir a la calle no es fácil. Roban, matan, violan y piden limosna. La ciudad es un paseo de coincidencias aleatorias, al igual que la vida misma. Y allí está el riesgo, la adrenalina, los treinta latidos por segundo que te hacen correr desde Universidades hasta el CAI rojo en unos pocos minutos. Esto sí se parece a ser ciudadano, un glóbulo con independencia en un sistema descompuesto de edificios, sí. No te enseñan en la escuela a disfrutar la vida mientras te la juegas toda, no; te enseñan a dar un paso a la vez, asentar el paso, comprar zapatos nuevos y reflexionar por diez años el siguiente. ¡Vaya mierda! La vida nunca te da tanto tiempo; toca correr.

Ser ciudadano no se limita a sentarse cinco mil horas de vida frente a un tablero intentando aprender a pensar. Se necesita experiencia, salir a jugarse la cabellera en el bosque de hierro que rodea tu hogar. Pensar no se estanca en los libros y si no entiendes para qué mierda te meten a patadas las matemáticas, te servirán tanto como las flores de plástico. Si no te haces a la idea de que la lógica de p implica q puede pasarte una autopista, seguirás desperdigando segundos por la acera mientras el puente peatonal se ríe de ti. Pensar no se aprende en los libros, en el monólogo. Luego tendrás miedo a que te discutan una sola idea porque toda tu vida trabajaste en creértela.  – Hola, qué tal, estás equivocado – No, blasfemo ¿Es qué no lees? - ¿Es que no piensas?

¿Es que no vives?

Y bueno, coño, de nuevo te digo que no te creas todo. La ciudad está llena de símbolos que  gritan sentido, pero sólo puedes acceder a ellos si esa educación que tuviste no te limitaste a creértela sino que además la significaste descaradamente – El sistema no está muy de acuerdo con que pienses mucho –. Un Pare no te incita a detenerte; te exige que tengas cuidado en una estampida de hierro y prisa. Un semáforo es un acuerdo implícito entre ciudadanos – unos más brutos que otros – para nadar la ciudad sin que un caimán se cobre varias vidas. Ser ciudad exige pensar, interpretar, observar y ser.

Quiero invitarte a que, después de leer el libro, vayas a la fuente más cercana y te sientes a seguir leyendo. Personas, imágenes, relojes, miradas, latidos, sonidos, gritos, vida en general. Quiero que te preguntes que tipo de engranaje eres y en qué mentira están atrapados todos. Luego levántate, aspira profundo toda la contaminación del “progreso”


Y continúa viviendo.

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