miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Qué se hace?


El teléfono sonó tres veces antes de que me aviniera a contestarlo. Estaba tranquilo antes de responderlo, un poco lento por toda una tarde sentado frente al televisor, pero realmente tranquilo.

-       Parce – La voz se escuchaba cansada y lejanamente conocida - ¿Qué se hace cuando se pierde un amigo?
-       Eh… - Reflexioné un momento el contexto antes de darme cuenta que éste no me daría la respuesta – Pues no sé… supongo que intentar recuperarlo ¿no?
-       No funciona, nunca funciona… cuando el amigo le da la espalda no hay de donde agarrar… ni siquiera están las arrugas de la camisa…
-       Pues jálalo del cabello ¿o es calvo también? – me sonreí un poco – No mentiras, a lo bien no sé. Hable con él, de pronto esa persona tiene tu respuesta…
-       Nada… - Respiró profundo, al otro lado de la línea antes de continuar – Usted no tiene idea, al igual que yo. Pero gracias por escucharme parce y pues… nada, ya perdí supongo… duele una mierda pero hay que seguir… hablamos.

Se escuchó un clac y luego un timbre palpitante en mis oídos. Colgué el teléfono y me tiré en el sillón, cuan largo era. - ¡Putas! – pensé. No tenía idea de que hacer cuando se perdía un amigo. Si el amigo muere, nada que hacer, pero si está allí, inaccesible pero allí debe ser muy duro. Tarde o temprano se olvida ¿no?... revise mentalmente a todos mis amigos y a todos los que había dejado ir… Eran muchos. Cada etapa de mi vida me había brindado amigos distintos, amigos con los que sobrevenía toda esa etapa. Nunca me habían dejado tirado en la mitad. Yo si los había dejado embalados; no en el momento, en ese entonces estuve con ellos y para ellos, pero si en la maratón sin meta que era la vida. Había adaptado mi entorno para adaptarme y a mis amigos. Era “normal”.

Pasé los canales sin prestar atención. Mi mente estaba liberando corchos de recuerdos y dejaba salir oleadas de un vino amargo en mi memoria. Primero fueron recuerdos bonitos, luego fueron huellas vacías, donde estaba solo, pensando. Agité mi cabeza y traté de sellarlos; estaba bastante bien como para revivir aquello que ya había “dejado ir”. No sirvió de nada, su sonrisa rota se pinto lentamente en mi memoria, con acuarelas que descorría el vino. Su sonrisa. Su mirada.

Una lágrima bailó por mi mejilla antes de desaparecer. Sí sabía que hacer cuando se perdía una amiga; había que dejarla ir, yo lo hice. Yo fingí ser duro, yo solté su mano, siempre en la mía y le di un empujón hacía la salida. Ese era el consejo que le daría a quien me llamó. Debía devolverle la llamada.

Caminé hasta el teléfono, lo levanté y miré pensativo el teclado. No tenía un atisbo de quien me había llamado; quizás fui yo mismo pidiéndome consejo de nuevo; o tal vez equivocado. Regresé a la sala y me dejé caer en el sillón. De nuevo no me importaba nada, ni la llamada ni aquella mirada. Me puse cómodo y subí el  volumen del televisor.

Dulces sueños


Deslizó el índice sobre la mejilla hasta los labios; se detuvo y con algo de su propia saliva los humedeció un poco. Ella no se inmutó en su sueño profundo; sus pestañas permanecieron como persianas cerradas, escondiendo la pasión con la que miraba. No recordaba haberla visto dormir antes; siempre era él quien se rendía primero ante el sueño; quizás en algún momento ella le había visto dormir, con su cuerpo a la disposición de unos deseos ajenos. Besó su nuca y bajo sus manos hasta el abdomen, dibujando sus pechos en el camino. Le gustaba tenerla entre sus brazos. En algún momento estuvieron siempre así, pero en ese entonces eran todavía niños sin responsabilidades; ahora no era así. Ahora a duras penas se veían de noche, cansados de todo, excepto de ellos mismos. Pero dormían; debían descansar.

Giró su cuerpo y quedó frente a él. Respiraba despacio y con fuerza. El tiempo se detuvo un largo rato y las cosas no cambiaron. Él siguió mirándole, mientras recordaba momentos de libertad pasional; en un “entonces” donde amar era muy fácil; hasta tonto. La miró y en la oscuridad la vio joven, tal cual la conoció. No habían ojeras ni marcas de cansancio; no fruncía el ceño; estaba tranquila. La besó en la punta de la nariz y luego en los labios, sin moverlos, solo posándolo. Ella pestañeó un poco y le miró unos segundos; luego terminó el beso con movimientos lentos y dulces, sin pasión. Un beso solo de cariño.

-       Te amo – murmuró con la voz ronca. Él sonrió y la beso en la frente.
-       Descansa – respondió.

La tomó con fuerza entre sus brazos y dejó que el sueño lo arrullara. Pensó un poco en hacerla feliz de alguna manera creativa; en un niño para que gritara en la casa. Pensó en reencontrarla con las cosas que le gustaban, en darle tiempo libre. – Quizás – dejó bailar en su mente antes de quedarse dormido. 

domingo, 16 de octubre de 2011

Obra


¡Compórtate!
Si alguna vez te importé, sal de la escena con honor y despídete. No es necesario un adiós elaborado ni un forzado “amigos” con los labios temblando. Tampoco debes dibujar una sonrisa sobre tu rostro en monocromo. En este tipo de actos más vale la seriedad y la objetividad; de otro modo perdería el sentido y caeríamos de nuevo en deshonestos “Quizases”.
¡Anímate! 
No se acaba el mundo y no lastimas a nadie. Es ilógico, complicado y estresante preocuparse por todo aquello que piensa ahora quien dejaste ir. Di lo que debas desahogar, firma un acuerdo, dale la mano, posa tus labios en su mejilla – hazlo en silencio, puede perder la concentración – y suelta sus manos. Después de la despedida las palabras no dichas se quedaran bailando en tu lengua. No mires hacia atrás; el lugar está vacío.
¡Continua! 
No lo olvides. Si lo haces o si tan solo lo intentas, eventualmente lo recordaras de nuevo. Piénsale todo el tiempo que desees, extráñale, suéñale, escríbele historias y canciones. Que no pase su nombre de la prisión que es tu boca. Si lo dejas salir, te traicionaras y trataras de buscarle. Levanta el rostro y afirma a todo lo que te digan los demás; por un tiempo solo pronunciaran estupideces… no deben preocuparte.
Y ahora puedes sonreír si lo sientes, o si lo quieres. Ríe, llora, siente. Te devuelvo el telón de nuestros actos que ya cayó. El público se ha retirado y nuestra obra, nuestro drama, nunca tuvo un “detrás de cámaras”.
Au revoir

lunes, 3 de octubre de 2011

Mañana

    -  Yo te protegeré hermanita. No te preocupes, siempre estaré allí para ti.

Los susurros de la noche helaban los altos pinos y pequeñas hojas danzaban a través del parque. Dos niños, cubiertos de finos harapos se abrazaban en una banca de piedra sucia.
-        
          -   Te contaré una historia para que no duermas. Será mejor que la de ayer y esta vez no pondré ogros.

La niña parpadeó lentamente y escondió su cabeza en la camisa sucia del niño. Tenía los ojos húmedos y la nariz un poco torcida por los golpes que había recibido días antes. Había dormido casi todo el día pero estaba cansada igual que ayer; igual que el día antes y quizás el día anterior a ése también.
-         
           -  La historia es sobre una hermosa niña que tenía todo lo que quería. Es acerca de unos padres que la amaban y nunca peleaban. Es sobre un mundo sin botellas ni botellazos. Es la historia sobre una niña que no debía dormir y sobre su hermano.

Una lágrima rodó por la mejilla de la niña, pero no era de ella; ella ya no podía llorar. La niña cerró sus ojitos y trató de no recordar, de no revivir, de no pensar ni siquiera en el hambre que la acosaba. Cerró los ojos y durmió. La luna los vio a los dos, en la banca de mármol. El niño acariciando los cabellos enredados de su hermana mientras lloraba en silencio; aún le debía una historia pero la dejo dormir. Mañana sería un nuevo día para construir historias y engañar de nuevo el hambre.
El nuevo día les encontró de nuevo. La niña despertó cansada y con frio; el niño no despertó. En sus ojos aún se encontraba el fantasma de una lágrima producto de lo que fue y quizás, si el niño lo hubiera sabido, de lo que ya no sería.

domingo, 2 de octubre de 2011

¿Quieres salir conmigo?

¿Quieres salir conmigo? ¿Apostar por lo desconocido y darnos una oportunidad?

Puedo caminar a tu lado y llevarte de la mano como una niña con su pequeña muñequita. Puedo cantarte, contarte cuentos y reírme hasta tarde junto a ti. Acompañarte a ninguna parte y decirte nada. Acariciarte en sueños y abrazarte con fuerza siempre que pueda.

O también podemos ser buenos amigos… Y cambiar los besos por confianza… 

Nada que decir

Te quiero,
Eres hermosa e inteligente,
me estremeces.

Te quiero,
En tus abrazos grises,
en tu inconsciente desquite,
en las palabras que callas
y aquellas que aun me dices.

Te quiero,
tan estúpidamente,
que después de escribirte mil cartas,
un poema
y un cuento,
sé que no  hay nada que decirte.