domingo, 6 de mayo de 2012

Laberinto


La vieja terminó mal después que la eché de mi lado. Se perdió en la vanidad y en la generalización del género masculino. Ahora solo elige los peores; si todos son iguales ¿Qué más da? Por mi parte, mandarla a la mierda supuso una pared. Se acabaron las ventajas de tenerla contenta y no me motiva rogarle a alguien que esté conmigo solo para derrumbar ese muro. Me contradigo. Cada noche me vuelvo los caprichos de la ciudad, así no me anime. Reinvento los callejones ruidosos y los sobrevivo; me adapto a los círculos que ya no les da la gana de cambiar. Aun así, el muro de la ausencia no cae, sigue allí; pretende persistir. Los días que veo grietas y consigo un beso rápido, baboso, largo, de lástima o un abrazo con caricia en la entrepierna, me da por creerme albañil y lo cierro. Algún órgano, aún fiel a mi herencia cultural – quizás mi hígado que se queja tanto – me empuja a sentir asco por esas relaciones fugaces; de un rato. Termino de nuevo vagando por las avenidas de gente indiferente e hipócrita. Me vuelvo uno más y comparto su aire podrido esperando ser, en algún momento, otra sombra guiada de la mano en la muchedumbre.

Dejaré de fumar, me digo en algún momento, “me hace daño” afirmo con convicción ajena. Empiezo con esa nueva ruta y mi vida sigue en el mismo tono. La historia de tragedia se mantiene, pero la forma del relato ahora tiene nuevos recursos: El tedio y la puta necesidad de todo. Un narrador podría poner un cuchillo encima de la mesa, una caja de antidepresivos al lado de mi cama o una soga y no se malgastarían. La mesa sigue vacía tras el trabajo. Mi cuarto, cada minuto más desordenado, no propone nuevos desarrollos. La línea de mi vida me echa la culpa cada que me ve y acepto con resignación; los roles del villano, la víctima y el bufón me fueron asignados sin posibilidad de reembolso. Grito a la noche y compro una caja de cigarrillos. Me apoyo en la baranda de algún mirador durante una hora llana y enciendo uno. Mi vida continúa sin giros inmediatos  o inesperados.

-          Parce, busque una vieja, es una hartera verlo así –
-          Amor, si quieres me paso por tu apartamento en la noche; si cualquier cosa, estoy en “casa de mis amigas” -

Le sonrío a mi amigo y le suelto cháchara sobre el machismo y el amor como ente manipulador. Rechazo el ofrecimiento de su novia - Si terminas un día con Alejo te acepto. Ahora es mi amigo y no me lo quiero cagar así - Ambos me miran con cara de idiotas y yo les correspondo. ¿Qué esperan que haga? No es tan sencillo. El muro de su ausencia todavía sigue allí, irreductible, riéndose de mi incapacidad de pasar de ella. El cambio de mis pequeños hábitos no son brechas lo suficientemente grandes para opacar la forma de su sexo; un cambio me devuelve a sus labios gruesos en círculos sobre mi boca, bajando por mi pecho, humedeciendo mi cuerpo de sudor y saliva. Regreso a sus pezones duros, y a mi mano dibujando su torso sobre la cama. Recuerdo su mirada excitada y su risa tonta que me hacía reír. El esfuerzo es vano y lastima; prefiero no cambiar, sufrir y fingir que no me importa. Soy  débil.

 En algún momento mi orgullo se tenía que regar hasta cagarla. La cagué. No hay camino de vuelta y para seguir, toca improvisar.

Deshago mi ritmo de vida y marco un número. Lo dejo sonar tres veces y cuelgo. No me acostumbro a insistir en el teléfono; si no me contestan hay más razones para no llamar de nuevo que excusas por no levantar el auricular. La vida confabula en mi contra. Eso o no le importo. Levanto el teléfono y escucho el timbre durante unos minutos hasta que se corta todo sonido. ¿Si todos los hombres son iguales, me aceptará un rato en su cama como uno más? Me visto de cualquier manera y salgo a la calle, guiado de la mano por una esperanza vana. Una gota de tragedia golpea mi nariz. La siento como una carcajada silenciosa del muro que me atrapa. Es una declaración de guerra. Sigo adelante pero a la primera, luego le siguen dos, tres, muchas y la acera se inunda. Me dejo caer en el andén, cansado de todo y trato de encender un cigarrillo pero la lluvia me lo impide. Río sin ganas.

-        ¡ Puta!… Otra pared

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