¿Qué estas enamorada de mí? ¿Y eso cuando ocurrió? ¿Antes o después que dedicara mi vida a ti?
Desgarré mi piel hasta que mis huesos salieron a la superficie por ti. Fui hasta el fin del mundo y cacé una estrella para tu cumpleaños. Encontré al último y más magnifico dragón para que al final, en tu infinito egoísmo me pidieras que lo matara en tu honor. Ahora me dices que me amas... ¿Y tengo que esperar hasta que tomes una decisión porque no soy el único?
Realmente no aspiro a tanto. No espero tener que competir contra príncipes que te cubren de regalos cada minuto. Realmente lo único que te puedo dar es mi amor y mi vida consagrada a éste, pero veo que no te basta. Tu amor solo me causó sufrimiento y no la eterna felicidad que junto a ti esperaba...
Hoy me voy y por tu bien, te prometo que no regresaré. Buscaré una princesa que no me vuelva un canalla por su orgullo. Viajaré en un barco con el viento como aliado y enemigo. Llegaré a mi tierra donde ya no me espera nadie y comenzaré de cero. Adiós pequeña hada... y hasta nunca...
¿Hasta nunca? ¿Porque después de lo que hizo simplemente se va? ¿Para que luchó poniendo su alma en cada batalla si no le interesaba la meta? Es algo que, sinceramente, no está claro. Es cierto que el “valiente caballero” podría catalogarse como el clásico héroe romántico victima de su amor y mártir de su corazón roto, pero, ¿Es realmente la princesa el ogro de la película? ¿Era ella en realidad tan cruel como para torturar al pobre “caballero enamorado” que hizo tanto por ella? Esto nos conduce a una frase célebre de Charles Baudelaire: “siempre hay víctima y verdugo en el amor” y tiene razón; una relación de pareja es un sadomasoquismo de sentimientos llena de sufrimiento y dolor. Siempre encontraremos una víctima, sino es que dos. Pero ¿Y el verdugo? ¿Se fue de vacaciones? No. Esta allí, vigilante en cada persona, porque son las elecciones y decisiones propias las que llevan la guillotina en sus manos. Cada persona es la victima de sí mismo en el amor.
Primero, comencemos indagando en los jóvenes. Con ellos es casi siempre la misma historia: Un chico y una chica se conocen en una situación fuera de la rutina. Siguen hablando, se hacen amigos y luego comienzan a salir. ¿Hermoso, no? Y lo es… al principio. Los jóvenes de ahora cambian tan rápido que es difícil reconocer a un amigo si no se cambia con él. El tiempo pasa y pronto se pierde el interés de la relación y comienzan a crearse fisuras y excusas que lastiman mutuamente. Pronto ocurre un evento inesperado y el castillo de amor que al principio crearon (del cual ahora si mucho queda una torre) se desmoronará sobre ellos dejándolos en una época de enorme dolor, proporcional a la felicidad que al principio vivieron. Ambos víctimas de sus propias decisiones. Ambos verdugos de sus propios sentimientos.
De hecho, no son los jóvenes los más importantes cuando a relaciones románticas se refiere. Los ancianos juegan el papel más significativo, ya que no solo se enfrentan al cambio sino que también se enfrentan al conocimiento de toda una vida. Siempre viviendo en su propio pasado junto a la pareja que eligieron para pasar su vida. Riendo juntos, llorando juntos, recordando juntos, enseñando juntos. Cada uno producto de un sinfín de decisiones que los llevaron al lugar en el que ahora se encuentran. Y es allí, en ese momento mágico que tienen todos ellos en algún momento de su vejez cuando se cuestionan si realmente valió la pena. Voltean la mirada con esta cuestión en la cabeza y se encuentran con su familia, sus nietos y su amada pareja llevando en sus manos la respuesta. Si, lo valió. Se reconocen como verdugos de sí mismos y comparten la alegría que las pequeñas cosas les brindan para evitar el vacio que la soledad y la vejez siempre generan. Ambos se aman como víctimas de su propia memoria y se ríen de los recuerdos que llevan impregnados en el alma. Ambos verdugos compasivos de su propia víctima interior.
En pocas palabras, independientemente de la edad, el amor siempre genera verdugo y victima en cada persona. La ley de acción reacción no se hace la “loca” ni siquiera cuando de amor se trata. Tanto jóvenes como ancianos viven el mismo juego, pero desde distintas perspectivas. Se lastiman a sí mismos para poder encontrar felicidad porque, ¿si no hay punto de comparación entonces qué sentido tiene ser feliz? No existe bien sin mal. La justicia no tendría sentido si el mundo no fuera como es. Es igual con el amor. Funciona con contradicciones. Si no hubiera un verdugo, no tendría sentido sentirse víctima. Y es por supuesto la lucha interior la que genera este tipo de controversia. Ya lo dijo Séneca en una de sus famosas frases: “Solamente la existencia de Caín nos hace amar a Abel”.
Es evidente, que el hombre no es solo víctima de sí mismo en el amor: El hombre es víctima de sí mismo en todo, ya que es causa y consecuencia de sus propias decisiones. Leonardo Da Vinci tenía esto claro cuando dijo: “El hombre es víctima de una soberana demencia que le hace sufrir siempre, con la esperanza de no sufrir más. Y así la vida se escapa, sin gozar de lo ya adquirido”* ¿Y cómo negarlo? Diariamente enfrentan la vida con miedo al sufrimiento y toman sus decisiones basándose en las ventajas que al estado de ánimo estos cambios puedan brindarle. En este entorno no tendría sentido hablar de acciones desinteresadas ya que hacen todo en busca de un beneficio; no hay moral que valga. Independientemente de lo consecuente que sea una persona, siempre se encontrara a si mismo sufriendo cuando sus propios intereses choquen con los intereses de otro ente y en la frustración consecuencia de este hecho, sus decisiones lo llevaran a ser verdugo y mártir de sí mismo.
Aunque, muchas personas sean conscientes de su propia culpabilidad la confrontación entre víctima y verdugo continúa, creando un sinfín de seguidores para cada género. Nietzsche por ejemplo afirma en uno de sus libros: “…La mujer fue el segundo error de Dios. La mujer es, por su naturaleza, serpiente: Eva; esto lo sabe todo sacerdote; de las mujeres procede todo el mal sobre la Tierra…”* y vaya hombre para argumentar semejante afirmación pero ¿Qué hace más culpable a la mujer, que no haga igual de villano al hombre? Nada. Son las acciones de cada quien las que definen su nivel de culpabilidad y es el egoísmo personal de cada persona quien juzga como verdugo al primer idiota implicado. No tiene nada que ver con el género ni la raza. El hecho de ser mujer u hombre no cambiara las consecuencias de nuestras propias decisiones.
En resumidas cuentas, podemos afirmar que Baudelaire tenía razón: Siempre hay víctima y verdugo en el amor. Lo que nunca mencionó fue el hecho de que la víctima y el verdugo responsable eran la misma persona. Cada acción que llevamos a cabo, cada paso que avanzamos o retrocedemos, cada decisión en la que nos vemos envueltos será siempre causa de una consecuencia que o bien nos traerá la satisfacción que esperábamos o nos dejara cubiertos de arrepentimiento. Somos los verdugos de nuestros sentimientos. Somos los mártires de nuestra propia osadía. Cada persona es víctima de sí mismo.
“Cada noche, el veneno de tu ausencia me consumía en mi lecho vacio. Cada día rezaba por tu pronto y seguro regreso de aquellas locas empresas para demostrar tu amor con estrellas vanidosas y dragones furiosos que descargaban la frustración de su captura sobre mi pueblo. Nunca te pedí que lo hicieras. En realidad cada vez que te veía soñaba con las palabras “siempre estaré a tu lado” saliendo de tus labios silenciosos. Pero de nuevo te ibas. ¿Cómo esperabas que no buscara más opciones? Eras un viajero y el rey que necesitaba a mi lado no cuadraba con tu heroica figura, pero aun así te amaba y rechazaba pacientemente todas las ventajosas proposiciones que me hacían para darte una nueva oportunidad.
Finalmente llego el día en el que te quedaste por más de dos semanas en palacio. Estaba eufórica y esperaba que tú lo notaras, pero no todo salió como esperaba. Entraste a mi habitación cabizbajo y me preguntaste si te amaba. Te respondí que no eras mi única opción y que no eras la mejor, pero aun así te amaba con todo mi corazón. Me abrazaste con tristeza y me pediste que te olvidara. ¡Estaba atónita! Mi paciencia hasta ese momento había sido en vano y mis confusas palabras no fueron capaces de hacerte cambiar de opinión. Te alejaste en tu bote mirando al horizonte… y no te volví a ver”
2 cosas que señalar: 1, Ágredo debe estar matándote con las tildes. 2, A veces da la sensación de que te repites mucho. Pero el relato se siente completo, y además expone un buen punto; yo personalmente lo comparto: Cada persona es la victima de sí mismo en el amor.
ResponderEliminarA mí me gustó sabes? Para mí mis actitudes y mis decisiones siempre son un enigma, no soy capaz de hacer una descripción de mi forma de ser como para decirte si soy princesa consentida, el caso es que si miro un poco a mi pasado puedo victimizarme y al mismo tiempo ser verdugo del amor de alguien, ahora puede que no tenga ningún camino claro, pero sé que seguiré siendo amante loca.
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