la trayectoria que seguían los eventos de nuestra amistad. Recuerdo que
te miré y parpadeaste dos veces: una con tus largas pestañas y otra con
tu boca sobre mi labio superior. Yo solo me dejé llevar, sin enredarte,
sin ser brusco, sin respirar...
Pero ese fue el primero. Luego solo hubieron juegos modestos donde yo aprendía y tú te dejabas llevar humildemente. Eran flores rojas, que estaban en todas partes y que, aunque hermosas, lentamente nos cansamos de ver.
El último fue una flor negra de petalos amplios; uno que nunca vi, que nunca probé; unos besos que vinieron en forma de palabras, marcadas al rojo vivo en tu voz. Fue un beso disfrazado con una sonrisa, una promesa y un rápido adiós...
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