lunes, 1 de octubre de 2012

Carta


- ¿Salimos? A ver si te conseguís una novia.
- No parce. Tengo que estudiar. Pa’ la próxima.
- ¡Qué le vas a creer a ese huevón! Ese man no sale nunca. Vámonos a romper el piso de la discoteca y quién sabe qué más.
- Bueno lárguense ya, no jodan
- Sin trauma parce, nos vemos al rato.
- Se cuida papi. nos hace la tarea.

Se quedó recostado junto al cuaderno mientras las risas de sus amigos se alejaban. Cuando llegó el silencio, saltó hasta su equipo portátil y activó su chat. Sonrió satisfecho con los contactos en verde.

> Hola bonita.
>> kiubo pedro¿Se fueron tus amigos?
> Sí, ya por fin.
> Tengo cartas, doritos y todas las camas de la habitación J
>> Qué bueno! Podrás dormir muy cómodo
> ah
> pues sí ¿no?
> pero no quiero dormir, ¿Vienes?
> eres mi única amiga
>> Lo siento. Otro día nos encontramos si quieres ¿Vale?
> Ah… qué vas a hacer? Dormirás sola? Puedo ir, estoy libre.
>> No. Me veré con tus amigos; quiero pasarla bueno. :P
>> Chao

El contacto se puso en gris. Pedro se quedó mirando un rato la pantalla del portátil y luego la cerró de un golpetazo. Cayó de espaldas sobre la cama y miró al techo lleno de espirales. Él las había pintado junto con su mejor amigo cuando todavía era posible seguirles el ritmo; ahora no se podía. Se mordió un labio y se puso la almohada sobre la cabeza. Gritó ahogado un rato. Luego dejó al silencio invadir la habitación junto a un  “tac” incómodo cada segundo. Unos golpes arrítmicos en la puerta interrumpieron su tedio. No respondió y tras unos segundos los golpes insistieron.

- Los integrantes de esta habitación se fueron de putas y la contestadora tiene un sueño lo suficientemente grande como para caminar hasta la puerta. Deje su mensaje que igual no se le atenderá. – Su grito salió por un pequeño hueco bajo la almohada y llenó la habitación.

Los golpes insistieron.

- Pedro… ¿Me abres? No te demoro. – una voz aguda y clara atravesó la puerta hasta el joven. Pedro no se paró de inmediato a abrir la puerta; la hizo esperar. Cuando finalmente atendió, ella seguí allí.

- Hola pedro – Saludó una niña bajita con una trenza y el rostro cubierto de acné.

- Beatriz. ¿Te cancelaron el toque de queda o ya te incrustaron un chip de seguimiento? Le voy a decir a tus papás.

- Idiota. ¿Puedo pasar? – La niña lo empujó hacia atrás junto a la puerta y se tiró en una cama. Tenía una blusa roja y los pezones marcados. Pedro empujó la puerta con la cabeza y la cerró, luego desde una silla se quedó mirándola a los ojos.

- ¿Se te perdió algo? – Preguntó tratando de enronquecer la voz.
- Sí. Mi primera vez, con algún idiota en esta habitación. Pero ya no importa. ¿Te enteraste? ¡Es genial!
- ¿Genial? ¿y tiene que ver con vos? Estamos jodidos.
- Ja ja ja. Te va a tocar leerlo por payaso; no lo escucharás de mi voz. – La niña sacó una hoja arrugada de su short. Tenía el sello roto de la universidad en la esquina.

Pedro la arrebató y la leyó arrugando la frente, pero conforme avanzaba esta se iba despejando. Al final había levantado las cejas y un hueco se formaba entre ellas. Beatriz le miraba divertida.

- Por… ¿Por qué? – El joven la miró a los ojos. Luego volvió a la carta. Emitió un largo “wooow” antes de volver a ella.
- ¡Esto es brutal! Quiero ver qué hacen mis amiguísimos. Con esto si que me toman en serio. Nunca creí que una harpía me traería buenas noticias. – Pedro tomó la muñeca de la niña y la levantó corriendo. Un “idiota” rápido se quedó flotando en la habitación antes que la llenara de nuevo el silencio del reloj.





El ambiente se rompió cuando la música se fue. Algunas personas siguieron bailando frenéticas en la pista, pero la mayoría se quedó mirando al DJ que levantaba los hombros y señalaba un muchacho obeso de gafas. Un grupo de jóvenes chifló y gritó al verlo, pero él no les prestó atención; aún así las risas se volvieron canto general. El joven aludido se aclaró la voz en el micrófono y empezó a leer de una hoja de papel tan arrugada que podía pasar por papel higiénico mal doblado. La algarabía persistió un rato pero luego comenzó a hundirse. El grupo que lo burlaba se quedó callado, mirándolo como si fuera un desconocido. Alguien corrió hasta el micrófono y lo desconectó pero el joven siguió leyendo a gritos.

Junto a él, la hija del rector sonreía, con su trenza y su acné.

Una joven rompió en llanto  y se dejó caer en la columna. El DJ gritó tratando de callarlo, pero el discurso ya no tenía más que retórica. El daño estaba hecho. El grupo de jóvenes burleteros se había sentado en el piso y miraban sin fuerzas para arrepentirse. La niña puso la música de nuevo pero nadie bailó.

El daño estaba hecho.

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