Una
parvada de religiosos, disfrazados de acuerdo a su religión, rodeaba la torre
del periódico. De espaldas a esta se revolvían nerviosos, apretando símbolos de
distintas índoles en sus manos conforme la gente se iba amontonando en las
esquinas, calles, cafeterías y demás locales que rodeaban el lugar. La
muchedumbre aumentaba junto al tiempo y el sudor que se escondía bajo la ropa
de todos los reunidos. El ceño arrugado, producto del sol de medio día se
dibujaba en la frente de todos; incluso de aquellos que permanecían en la
sombra.
En
uno de los vértices de la montonera, entre ambos bandos, una chica se revolvía
nerviosa. Esperó unos minutos en la cafetería, junto a un café ajeno sin
probar. Intentó conversar con alguno de los que esperaban, pero su mirada se
perdía cada tanto en el otro grupo. Alguna persona le alcanzó a hablar de una
familia que se había roto para venir junto al periódico algunas horas antes en
otra parte antes que se decidiera a cruzar. Tomó el café ya frío de un sorbo,
se recogió el cabello con una tira roja y dejó a su compañía hablando sobre un
hijo que no tenía padres.
-
Vámonos. A ti no te van las peleas ni nada. Si quieres te leo o escuchamos tu
música. – dijo a un hombre que miraba,
desde primera línea, la gente que se amontonaba. Él sacó un pañuelo del
bolsillo trasero y secó el sudor en su cara antes de mirarla.
-
Caro – la tomó de las mejillas y la besó en la frente, humedeciendo sus labios
con el sudor de ella – quédate y cuando la muchedumbre inconforme se canse,
vamos a celebrar. Quédate, todo esto no pasa de hoy.
Caro
lo miró e intentó abrazarlo, pero varios hombres la empujaron fuera del muro
humano. Una muchacha gritó tras ella y bolas de papel periódico volaron con
fuerza hacia la torre, pero el muro no se retiró. Ella intentó abrazarlo de
nuevo y él la retuvo junto a él. No pudieron separarlos y la gente cerca cedió
con desaprobación.
-
Vámonos, por favor – dijo apretada con fuerza – Esto no me gusta, ni siquiera
lo que viene, todo es una mierda.
-
Cállate, no insultes. Esta vez podemos celebrar, cenarás lo que prepare,
haremos el amor toda la noche y mañana si quieres. Ahora sí podemos.
-
Dirás follaremos como locos toda la noche espero. No me hago a la idea de hacer
el amor, ni la guerra, ni la paz. Ahora
no quiero ni hacer la cama. Además antes ya lo hacíamos, sin permisos de
nadie; ni le preguntaste a mis padres. – Caro lo soltó y regresó a la cafetería.
Siguió mirándolo desde la sombra, indecisa si recostarse completa en la pared o
tan solo apoyar un codo. Al final se decidió por ignorar la pared.
La gente del muro había ya comenzado a recoger las bolas de
papel periódico y hacer aviones de distintos tamaños. En un momento el aire se llenó
de aviones que se precipitaban a la calle; incluso uno o dos barcos cayeron
tras volar un poco, no muy lejos de sus dueños. Caro recogió dos aviones y los
tiró en una caneca llena de papel con fuerza; luego pateó el tarro y corrió
junto al hombre.
- No te irás ¿Cierto? – preguntó buscando su mirada.
- No.
- Si te digo que seré lo que quieras, olvidaré la pasión, la
locura, el desenfreno y lavaré tu plato y tu puta ropa, ¿Aún así te quedas?
- Sí.
Caro se dejó caer en su pecho y no pudo evitar llorar. Nadie
intentó separarlos mientras la camisa se humedecía y se salaba de lágrimas. Él
tomó su rostro y la besó en la punta de la nariz; trató de consolarla con una
sonrisa.
- El tiempo se acabó, quédate conmigo.
Ella no respondió. Cruzó los brazos detrás de su cuello y
empinándose le besó cerrando los ojos. Él devolvió el beso en silencio y se
dejó llevar. Alrededor nadie los notó; todos los ojos abiertos estaban fijos en
una muchedumbre que lentamente empezaba a correr.
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