lunes, 13 de junio de 2011

K-ren

Los viejos tiempos no regresarán.

Ambos tuvimos una oportunidad y la echamos a perder; tú con falta de confianza y yo con exceso. Ahora no hay vuelta atrás.

El sol reposa sobre nuestras huellas marcadas en la tierra, cubiertas por un leve rastro de lluvia. Huellas ahora sin dueño; sin presente. Importa poco ya. ¿Quién querría leer los desvaríos de alguien que descubre la verdad?

Jurabas que no había amistad y lo intentaste demostrar destruyendo la que había entre los dos. No puedo confiar en ellos; ni en tí; ni en mí: en nadie. Pero tampoco quiero limitarme a asentir con la cabeza y resignarme a que todo sea porque sí. Debo seguir en alguna dirección. Adelante ya no es una opción porque estás tú; tampoco hay forma de volver atrás: tu sonrisa me lo impide. Creo que simplemente saltaré al rio y me dejare llevar. Quizás a una catarata; quizás de nuevo a un lago estancado.

Escribiendo ésto traiciono a muchas personas. Te traiciono a ti, a mi profesor que intentó mejorar mi modo de pensar y de escribir. A algunos compañeros que esperaban más de mí. Pero nadie es perfecto; ni siquiera hay quien pueda ser el mejor. Y aunque caigo de nuevo en mi apagado dolor, no soy quien antes intentaste rescatar de su falso martirio. Soy otro tipo, con los mismos sentimientos... los viejos tiempos no regresarán.

Dibujar con palabras


Los héroes, los villanos y los simples aldeanos de mi infantil imaginación, fueron los mejores amigos en mi niñez; Quería dibujarlos y compartirlos, junto a los momentos más excitantes que pasaban conmigo. Pero el lápiz en la mano solo creaba círculos, líneas y montañas incoherentes que se juntaban con un enorme sol y de las que descendía un río que se ampliaba hasta una fea casa. Era frustrante; No era eso lo que veía en mi memoria. Mi mano y mi inteligencia creativa no se ponían de acuerdo para dibujar; pero no me rendí: decidí narrarlo todo.

Al principio me sentaba frente a un paisaje y en una hoja de papel anotaba todas las características que me parecían más importantes. Luego agregaba las emociones que el paisaje me generaba y escribía una corta narración, no del paisaje en sí, sino más del momento. Después traté de reescribir recuerdos importantes para no olvidarlos, pero no era lo mismo; los recuerdos no eran importantes por si solos: habían demasiados factores necesarios para contextualizar, los cuales eran difíciles de plasmar en una hoja.

En la secundaria mi profesora de español me decía que yo era muy bueno para escribir y no decir nada. Casi pierdo esa materia varias veces, pero gracias al azar del destino y unos cuantos buenos amigos, siempre salía bien librado. Detestaba los textos de estudio; eran aburridos y demasiado específicos para decir las cosas. Prefería las historias fantásticas de Michael Ende, o las reflexiones en forma de cuento de Herman Hesse; éstas me inspiraban para expresar lo que quería decir; eso sí, nunca mostré a nadie mis primeros escritos, de los cuales me sentía orgulloso.

En la universidad me estrellé. Me di cuenta que mi escritura además de ser automática carecía de fuerza. Decía las cosas por decir; trataba de que parecieran bonitas sin darle importancia al contenido. ¿De qué me servía? En los trabajos de mi profesor de taller de escritura nunca entendía lo que el autor quería decir ¿Cómo saberlo? Hasta entonces  había evitado el decir algo en mis textos; Sencillamente me dejaba llevar para describir algo, basándome en estilos de escritores – en su mayoría – de fantasía. Debí haber escuchado a mi profesora de español en su momento; pero la pereza y la falta de interés pudieron conmigo. En la universidad tocó cambiar.

En las demostraciones lógicas tenía que ser estricto expresándome. Era sencillo, pero representó un problema para mí pensar solo en lo que tenía que hacer; buscar el recurso exacto para demostrar una tesis por uno de los pocos caminos viables. No me gustaba pero me aguanté… hasta que pude. En la carrera de matemáticas me sentía limitado para escribir, por lo que vi materias extracurriculares relacionadas con la técnica de la escritura y fue por estas materias por las cuales finalmente me decidí a cambiar de carrera.

Dejé matemáticas, pero para mi desgracia no abrieron la licenciatura en literatura ese periodo. Así que espere en casa y cometí un error: Releí todo lo que había escrito hasta entonces. Fue catastrófico; Me encontré con una montaña de incoherencias románticas, desvaríos amorosos, cartas dramáticas sin destinatario y pensamientos plasmados en papel totalmente descabellados. La vergüenza se desbordó y luego se regó en un caudal a mí alrededor al pensar en todas las personas que me habían leído y aun afirmaban que les gustaba. Comencé a reescribir todo y a botar lo que no se podía salvar. Luego lo publicaba en la red social de ese momento y veía con orgullo los comentarios de todos los amigos que les gusta lo que escribo. Fueron unas largas vacaciones.

El nuevo año empezó y también mi pregrado de Licenciatura en literatura. Debo aceptar que estos últimos 6 meses han modificado totalmente mi escritura. Los profesores y mis compañeros que me han aportado y criticado para fortalecer lo que expreso. Es cierto que algunos me trataron de imponer autores que consideraban lo máximo en lo referente a la escritura, pero prefiero decidir eso por mí mismo e igual les agradezco su interés.

 En lo referente a este semestre, tres materias le dieron duro a mi forma de escribir: Novela y Creación, Taller de técnica y metodología de la escritura y Teorías del lenguaje. Pero más que las materias, con las temáticas de los cursos, los que me dieron duro fueron los profesores de cada una; desbaratando mis argumentos, criticando mi ortografía, poniendo a los compañeros de curso en mi contra, mostrándome los errores en el uso de las palabras, en fin, de verdad me dieron duro.

El profesor de “Novela y creación”, de entrada me dijo que mis cuentos eran un horror. Mis historias podían ser interesantes, pero no servían de nada si todo el texto me lo gastaba describiendo al personaje. Anexé a la técnica de mi escritura narrativa, el hecho de dar vida a los personajes por medio de eventos. También comencé a poner cuidado al exceso de verbos en pasado, a los “había”, a la enorme cantidad de palabras que terminaban en “ía” y a los “que”, de los cuales fácilmente se podía abusar. Por otro lado, me olvidé de los adjetivos que en su exceso más que adornar, le quitaban ritmo a la prosa. Fue algo difícil, pero lentamente me fui apropiando de todos éstos.

Por otra parte, mi profesor de “Teorías del lenguaje” me torturó, primero con mi automatizada escritura ya que a veces me dejaba llevar por el bolígrafo y segundo con la ortografía – bueno, de hecho TODOS me torturaron con la ortografía – ¡Bajar puntos por una tilde es ridículo! Las notas de los exámenes cortos mantenían en su mayoría por el piso gracias a la escasez de acentuación. Tocó apropiarla “a las malas”. También le debo a Jacobo y a Diana por demostrarme en cada texto la increíble cantidad de tildes que me comía; estoy obeso de tanto comer tildes.

Y el último de los tres – pero no por eso el más “dulce” – el profesor de “Taller de técnica y metodología de la escritura” me mostró, o más bien nos mostró a todo el grupo que éramos unos niños escribiendo y que en ese momento, la mayoría de nosotros pensaba y hacía las cosas porque sí. Con su enseñanza, apliqué a mi técnica de escritura el hacer bosquejos antes del primer borrador, – Digo el primero porque se hacía necesario reescribir el texto varias veces – pensar con “mente fría” lo que escribíamos, darle importancia al aspecto del texto con los párrafos y las oraciones, intentar no caer en falacias en mis argumentos y de nuevo – al igual que en matemáticas – a ser “especifico” en lo que quería decir.

Sin embargo, todo mi aprendizaje no ha sido meramente académico. Publicando mis trabajos en foros o compartiéndolos con mis amigos, he recibido buenos consejos fuera del contexto universitario. También leyendo textos que me recomendaban o en los peores casos lo que se me pusiera en frente, encontré estilos y modos de escritura que me impulsaban a repasar los míos para visualizar mis hallazgos y mis fallos. Es más, mi ortografía a mejorado considerablemente desde que la comencé a implementar a mis comentarios en las redes sociales y en el Messenger; se hace más lento el escribir pero uno se acostumbra. En resumen, el internet me ha ayudado mientras disfruto de mi tiempo “libre”.

Y ¿He mejorado? Ahora soy aceptable para digerir las críticas a mis textos ¡me sirven! También puedo aportarle a mis compañeros en sus textos sin sentir culpa por lo mal que se puedan sentir – ¡lo mejor es que lo puedo hacer con una considerablemente buena acentuación! – Mis cuentos se entienden menos, pero esto probablemente se deba a que inocentemente creo que todos entienden lo mismo que yo. Mis textos, aunque a algunos les parezca un “vómito” de ideas, se han vuelto más específicos y evito perder al lector con el exceso de adornos – pero también dejo algunos para que no se aburra -. Por último debo afirmar que aún me gusta escribir después de lo mucho que me han molestado con mi escritura y que estoy dispuesto a que me sigan dando duro durante el resto de carrera que aun me queda.

jueves, 9 de junio de 2011

Maniquí

         -  Una vez me traicionaste, ahora he regresado a matarte –

La daga se deslizó por la habitación y buscó los latidos agitados por el miedo que resonaban en todas partes. En su filo, gotas escarlatas cantaban la muerte de los desgraciados que se habían puesto en su camino hacia su venganza. Pero eso acabaría hoy. Acabaría de la misma manera que empezó, sin premeditarlo, sin pensarlo, sencillamente como algo que debía ocurrir.

   - Antes me mataste. ¿No es justo que yo te comparta mi dolor?

La daga cortó la cortina y la habitación se iluminó con un gris espectral, dándole forma a los muebles en el estudio; iluminándola a ella. No sonreía, no mostraba emoción, solo sus latidos respondían a las palabras pronunciadas en la noche.

  - Antes te esperé, ¿sabes? Pero nunca apareciste.

La daga avanzó hasta su cuello y se dejó caer entre sus pechos insensibles. Ella no reaccionó, le siguió mirando con  sus ojos vacíos. La misma mirada con la que le prometió seguirle. La mirada que odiaba.

  - Dejé el camino libre para los dos. Me libré de mi falsa vida de amante feliz por ti; borré a la    familia que construí para que nadie nos molestara. Ahora ellos no se quejarán. Ahora nadie se quejará.

El filo de la daga cortó un poco de piel, pero la sangre no salió. Ella tampoco lloró. No mostraba miedo ni emoción alguna; estaba preparada. Solo los latidos se aceleraban por momentos y gritaban por toda la habitación. Una nube cubrió la luna y todo se oscureció un segundo. Cuando regresó, las sombras se habían desplazado, pero la daga seguía en el mismo lugar.

  -  No te daré una nueva oportunidad. Sufrí el infierno por esperarte. Mis pasos me delataron y me condenaron a callar en prisión. Pero algún día tenía que salir. Algún día tenía que volver por ti, para decírtelo, para comenzar a olvidarte: No te daré una nueva oportunidad.

La daga se hundió con fuerza en su piel de plástico, pero ella no se quejó. La primera puñalada fue lenta, las demás fueron mucho más rápidas. Sus ojos siguieron mirándole sin sentimientos, mientras los latidos resonaban en su cabeza. Unos latidos que aumentaban con cada puñalada y no querían cesar; los únicos latidos que no podía extinguir… Sus propios latidos.

El puñal y la boina

Rostro afilado, mirada precavida,
brazo incompleto en el misterio del bolsillo.
Calles nómadas, aceras desoladas;
solo el miedo predice lo que viene
y se escurre como hielo por mi espalda…

Vicio, deudas, responsabilidad,
dinero, dinero, dinero.
Un puñal, valentía y huevos,
una víctima sencilla  y descuidada,
quizás una montaña de grasa con gafas,
o alguna mujer desprevenida,
confiando en las pérfidas farolas.

Se choca el miedo y la necesidad,
el hombre que pierde por prejuicios,
la experiencia que aporta en calidad
y las sombras en la noche se detienen,
para el juego y el brillo de un puñal,
que sin filo vacía los bolsillos,
e impone autoridad al desgraciado.
Oídos sordos a ruegos desbocados,
miedo, soledad y una farola rota en una esquina.

Nota: Trabajo presentado, como adjunto al proyecto de prejuicios visuales, para la clase de antropología y literatura con la profesora Mercedes Ortiz. 

Condones

-          Buenas noches. Es que necesito comprar algo… pero no sé cual usar…
-          ¿Tiene prescripción médica? – La muchacha se acomodó sus gafas y le miró
-          No, la verdad es que no creo que se necesite…
-          No te puedo vender nada sin prescripción médica…
-          Niña, lo que pasa es que necesito unos… unos condones…

La Joven lo miró tras sus lentes de marco azul. Sabía desde un principio lo que buscaba pero había preferido dejarle hablar. Normalmente eran niños lindos los que venían, pero quien estaba frente a ella ya estaba hecho un hombre; 22, 23 años quizás.

-          Ah, Condones – exclamó la muchacha – No sé mucho de ellos porque no soy hombre, pero puede preguntarle a algunos de nuestros clientes. ¿alguien interesado?
Varios ancianos voltearon a mirar, pero sus esposas los arrastraron para seguir mirando. Nadie más se volvió.
-          Increíble. Entonces le guiare yo misma – Se sonrió y salió del mostrador.
-          Gracias… - El hombre la siguió hasta uno de los estantes más alejados.
-          Aquí hay varios tipos. Lubricados, sin lubricar, con sabores, cubiertos de chocolate, de plástico. También hay varios tamaños.
-          ¿En… En serio?
-          Sí, ¿de qué tamaño la tiene?
-          ¿De qué tamaño tengo qué? –tragó saliva – Normal… supongo
-          ¿Normal, y eso cuanto es? ¿15 cms?
-          No… un poco más grande…
-          ¿20?
El hombre negó y bajó la mirada. La chica se sonrojó.
-          ¿Más grande? - ahora fue ella la que tragó saliva - ¿Para tu novia es primera vez?
-          Sí… también.
-          Perfecto. Te recomiendo unas lubricadas de… estás.  Si no te sirven, te conviene usar una bolsa plástica.
El hombre las tomó con las manos cubiertas de sudor y evitó la mirada de la joven dependienta. Estaba rojo.
-          ¿Tienen una buena relación? – Preguntó ella como algo casual
-          ¿Por qué lo preguntas?
-          En el sexo es importante el amor; sobre todo si es una primera vez.
-          Sí… estamos bien… Queremos probar.
-          Está bien, entonces ven conmigo a la caja.
Ambos fueron hasta la caja. El guardia los miraba sorprendido desde la puerta mientras ponía el dedo índice en el brazo, tratando de medirlo.  La dependienta le cobró al hombre y empacó en una bolsa plástica la cajita.
-          Muchas gracias
-          Es un placer – respondió ella.
El hombre se volteó, pero la joven lo detuvo de la muñeca  y le jaló hasta tenerlo cerca de su rostro.
-          Siempre puedes volver si tienes problemas para ponértelos o para usarlos. Puedo proveerte de un curso gratis y privado.
Le guiño un ojo y le soltó. El hombre se quedo mirándola y luego salió de la droguería sorprendido. Aún así se estremeció cuando sintió una mano en el hombro.
-          Animo hombre – Dijo el guarda sonriéndole detrás de su bigote – Vos podes con las dos. Sos mi héroe…  Animo
Se miraron un segundo y el guarda le soltó y le empujó levemente en la espalda. El hombre se quedó sorprendido mientras  asimilaba todo lo ocurrido. Se detuvo frente a un baño y lo entendió todo. Soltó una carcajada y aplaudió; luego salió caminando para salir del centro comercial hacia lo incierto, porque ese lugar que dejaba era lo único cierto que hasta entonces, le había ofrecido su vida.

Dueño de mi silencio

Muchas canciones llegaron a mi vida, se instalaron un rato en mi rutina diaria y luego se fueron sin “decir” adiós. Muchas personas han pasado a través de la historia de estos últimos 20 años, algunas dejando huellas, otras sencillamente una mancha de tinta. Pero hubo una canción y hubo una persona que llegaron a la misma vez a mi “mundo”, unidas por la historia de un intento de amistad y el choque de un amor idealizado. La canción no refiere a la historia, pero me arrastra por las decisiones tomadas – la mayoría muy cobardes – y las emociones que en ese entonces me envolvían;  es un tema de jarabe de palo, de su primer álbum “la flaca”, se llama: “Dueño de mi silencio”.

La canción nos cuenta la historia de un amor que se acabó. El primer y segundo verso antes del coro nos muestran como todo lo que llevo a la pareja a estar juntos ya ha desaparecido, no existe; nos revela que los sentimientos – al menos los de un lado de la relación – Se han “apagado” totalmente y aunque el personaje busca dar marcha atrás y encontrar lo que antes les unió, siempre regresa al punto de partida donde ya no siente nada por su pareja y sabe que la relación llegó a un callejón sin salida; cómo dice Pau Donés en la canción: “ya no brilla la luz que me llevó a tu vera”, que en mis palabras sería algo como “ya no encuentro lo que alguna vez nos unió”.

En el coro, el autor nos expone la decisión tomada por el personaje principal de la canción: No ser esclavo de sus palabras. Se me ocurre pensar que éste prefiere callar, ser “dueño de su silencio” antes que hacer falsas promesas o mentir acerca de lo que realmente siente. El personaje ha decidido abandonar las palabras que eran la rutina de la relación y ser “neutral” en lo que quiere decir, para no encadenarse a lo que sus labios pronuncian.

 El tercer verso, y uno de los que más me afectó, nos refiere a un final. Todo lo que empieza debe terminar en algún momento, “no hay cielo sin estrellas ni un principio sin un fin”. Aquí el personaje termina la relación, justificándose en el hecho de que ése, es el momento correcto y alguna vez tenía que llegar; cuanto antes mejor. Termina el verso diciéndole que “después del invierno viene la primavera” el cual se aplica a ambos lados de la ex pareja; Al fin él es “libre” ¿no? Su primavera llegó después de la helada que fue el darse cuenta que la relación no funcionaría.

El final de la historia es una despedida. El autor nos cuenta como su personaje principal no consigue mantener una amistad con su ex pareja después de la relación y decide rendirse. Le pide que se quede con los buenos recuerdos y se olvide de él; es tiempo para ella de superar esa etapa de melancolía y seguir con su vida. Este verso en especial fue el que dejó un “rayón” en mi memoria, ya que yo tomé esa decisión de dejarla ir como amiga, en vez de darme otra oportunidad.

Esta canción no es de las obras más importantes de la banda “Jarabe de palo” pero sin duda una de las que más me gusta. Cabe decir, por otro lado, que la canción es sencilla de entender, está llena de lugares comunes y aunque cada oyente le pueda dar la interpretación que quiera, se puede caer fácilmente en lo más “obvio”, lo que nos muestran las imágenes de cada verso. Por mi lado, viviendo un “rechazo amoroso”, me sentí identificado con parte de la letra de la canción, aunque mi historia fuera de lejos parecida a la de la letra de “dueño de mi silencio”.

Canción para ser feliz

-          ¿Cuándo lo recogen? – preguntó el hombre operado antes que él. La pregunta se quedó sin contestar pero no fue olvidada; ni siquiera después que el hombre se fue. La pregunta siguió resonando en sus oídos.

-          Ya no me recogen, no queda nadie a quien le importe – susurró con un dejo de tristeza para sí mismo. En sus ojos apagados no se podían ver emociones, pero su voz temblaba cada vez que murmuraba algo entre dientes. A su alrededor, los otros pacientes no evitaban hablar a sus espaldas, pero a él no le importaba, sabía que al final se terminarían yendo como todos los anteriores.

En las noches sufría. Entre sueños podía ver su hogar en llamas, escuchar los gritos desesperados y después el silencio junto al crepitar vacío de las llamas. Luego despertaba y se daba cuenta que estaba vivo. – Fue simple mala suerte – le decían las enfermeras; No se animaba.

-          No, no fue simple mala suerte, fue simple egoísmo –
Soportaba las tardes con tedio y rutina. Afirmar, negar, aceptar. Antes también era así. A su esposa no le hablaba, solo le movía la cabeza y aceptaba lo que  decía. Le daba igual. No lo pasaba mal, pero le cansaba demasiado hablar con ella. – ya hablé con ella antes de la boda y después un tiempo ¿no? – se convencía a sí mismo en las peleas. Pero eso era antes. Ahora era distinto, la extrañaba un poco, pero sus ojos se mantenían impávidos. No lloró antes, no lloraría ahora.

-          Estarás bien, pronto te daremos de alta. ¡Anímate! Te están esperando afuera para cuidar de ti – Le dijo un doctor, con su sonrisa hipócrita. La misma sonrisa con la que disfrazaban las malas noticias. Mentía como todos los que iban a visitarlo. Ya nadie lo esperaba, ni afuera ni en ninguna parte. Pero pocos le visitaban: el doctor y las enfermeras que se rotaban para darle de comer. Todas vestidas de rosa. Cubriendo la sangre en sus cuerpos con batas blancas que se impregnaban y se desteñían.
-           Abre la boca, debes alimentarte – La abrió aunque no lo quería. O quizás, sencillamente no lo merecía. Su único brazo estaba en tratamiento y a duras penas le sirvió para arrastrar la silla de ruedas. Tenía que ser una señal: No merecía comer. Pero lo hizo igual que siempre, y se odió por eso. Se odió por todo.

Lentamente el tiempo llegó a su fin y lo dejaron libre de la prisión de paredes blancas.
 – Adiós – No dijo más. No agradeció, ni miró atrás. A nadie le importó. Nada cambió cuando se fue; su cama fue ocupada por otra persona y la vida diaria siguió en el hospital. Nada cambiaría. Nunca.

El hombre desapareció un tiempo. Luego se volvió famoso unos minutos, junto a una soga rota en un periódico diario, para después desaparecer como el resto de noticias.