Los héroes, los villanos y los simples aldeanos de mi infantil imaginación, fueron los mejores amigos en mi niñez; Quería dibujarlos y compartirlos, junto a los momentos más excitantes que pasaban conmigo. Pero el lápiz en la mano solo creaba círculos, líneas y montañas incoherentes que se juntaban con un enorme sol y de las que descendía un río que se ampliaba hasta una fea casa. Era frustrante; No era eso lo que veía en mi memoria. Mi mano y mi inteligencia creativa no se ponían de acuerdo para dibujar; pero no me rendí: decidí narrarlo todo.
Al principio me sentaba frente a un paisaje y en una hoja de papel anotaba todas las características que me parecían más importantes. Luego agregaba las emociones que el paisaje me generaba y escribía una corta narración, no del paisaje en sí, sino más del momento. Después traté de reescribir recuerdos importantes para no olvidarlos, pero no era lo mismo; los recuerdos no eran importantes por si solos: habían demasiados factores necesarios para contextualizar, los cuales eran difíciles de plasmar en una hoja.
En la secundaria mi profesora de español me decía que yo era muy bueno para escribir y no decir nada. Casi pierdo esa materia varias veces, pero gracias al azar del destino y unos cuantos buenos amigos, siempre salía bien librado. Detestaba los textos de estudio; eran aburridos y demasiado específicos para decir las cosas. Prefería las historias fantásticas de Michael Ende, o las reflexiones en forma de cuento de Herman Hesse; éstas me inspiraban para expresar lo que quería decir; eso sí, nunca mostré a nadie mis primeros escritos, de los cuales me sentía orgulloso.
En la universidad me estrellé. Me di cuenta que mi escritura además de ser automática carecía de fuerza. Decía las cosas por decir; trataba de que parecieran bonitas sin darle importancia al contenido. ¿De qué me servía? En los trabajos de mi profesor de taller de escritura nunca entendía lo que el autor quería decir ¿Cómo saberlo? Hasta entonces había evitado el decir algo en mis textos; Sencillamente me dejaba llevar para describir algo, basándome en estilos de escritores – en su mayoría – de fantasía. Debí haber escuchado a mi profesora de español en su momento; pero la pereza y la falta de interés pudieron conmigo. En la universidad tocó cambiar.
En las demostraciones lógicas tenía que ser estricto expresándome. Era sencillo, pero representó un problema para mí pensar solo en lo que tenía que hacer; buscar el recurso exacto para demostrar una tesis por uno de los pocos caminos viables. No me gustaba pero me aguanté… hasta que pude. En la carrera de matemáticas me sentía limitado para escribir, por lo que vi materias extracurriculares relacionadas con la técnica de la escritura y fue por estas materias por las cuales finalmente me decidí a cambiar de carrera.
Dejé matemáticas, pero para mi desgracia no abrieron la licenciatura en literatura ese periodo. Así que espere en casa y cometí un error: Releí todo lo que había escrito hasta entonces. Fue catastrófico; Me encontré con una montaña de incoherencias románticas, desvaríos amorosos, cartas dramáticas sin destinatario y pensamientos plasmados en papel totalmente descabellados. La vergüenza se desbordó y luego se regó en un caudal a mí alrededor al pensar en todas las personas que me habían leído y aun afirmaban que les gustaba. Comencé a reescribir todo y a botar lo que no se podía salvar. Luego lo publicaba en la red social de ese momento y veía con orgullo los comentarios de todos los amigos que les gusta lo que escribo. Fueron unas largas vacaciones.
El nuevo año empezó y también mi pregrado de Licenciatura en literatura. Debo aceptar que estos últimos 6 meses han modificado totalmente mi escritura. Los profesores y mis compañeros que me han aportado y criticado para fortalecer lo que expreso. Es cierto que algunos me trataron de imponer autores que consideraban lo máximo en lo referente a la escritura, pero prefiero decidir eso por mí mismo e igual les agradezco su interés.
En lo referente a este semestre, tres materias le dieron duro a mi forma de escribir: Novela y Creación, Taller de técnica y metodología de la escritura y Teorías del lenguaje. Pero más que las materias, con las temáticas de los cursos, los que me dieron duro fueron los profesores de cada una; desbaratando mis argumentos, criticando mi ortografía, poniendo a los compañeros de curso en mi contra, mostrándome los errores en el uso de las palabras, en fin, de verdad me dieron duro.
El profesor de “Novela y creación”, de entrada me dijo que mis cuentos eran un horror. Mis historias podían ser interesantes, pero no servían de nada si todo el texto me lo gastaba describiendo al personaje. Anexé a la técnica de mi escritura narrativa, el hecho de dar vida a los personajes por medio de eventos. También comencé a poner cuidado al exceso de verbos en pasado, a los “había”, a la enorme cantidad de palabras que terminaban en “ía” y a los “que”, de los cuales fácilmente se podía abusar. Por otro lado, me olvidé de los adjetivos que en su exceso más que adornar, le quitaban ritmo a la prosa. Fue algo difícil, pero lentamente me fui apropiando de todos éstos.
Por otra parte, mi profesor de “Teorías del lenguaje” me torturó, primero con mi automatizada escritura ya que a veces me dejaba llevar por el bolígrafo y segundo con la ortografía – bueno, de hecho TODOS me torturaron con la ortografía – ¡Bajar puntos por una tilde es ridículo! Las notas de los exámenes cortos mantenían en su mayoría por el piso gracias a la escasez de acentuación. Tocó apropiarla “a las malas”. También le debo a Jacobo y a Diana por demostrarme en cada texto la increíble cantidad de tildes que me comía; estoy obeso de tanto comer tildes.
Y el último de los tres – pero no por eso el más “dulce” – el profesor de “Taller de técnica y metodología de la escritura” me mostró, o más bien nos mostró a todo el grupo que éramos unos niños escribiendo y que en ese momento, la mayoría de nosotros pensaba y hacía las cosas porque sí. Con su enseñanza, apliqué a mi técnica de escritura el hacer bosquejos antes del primer borrador, – Digo el primero porque se hacía necesario reescribir el texto varias veces – pensar con “mente fría” lo que escribíamos, darle importancia al aspecto del texto con los párrafos y las oraciones, intentar no caer en falacias en mis argumentos y de nuevo – al igual que en matemáticas – a ser “especifico” en lo que quería decir.
Sin embargo, todo mi aprendizaje no ha sido meramente académico. Publicando mis trabajos en foros o compartiéndolos con mis amigos, he recibido buenos consejos fuera del contexto universitario. También leyendo textos que me recomendaban o en los peores casos lo que se me pusiera en frente, encontré estilos y modos de escritura que me impulsaban a repasar los míos para visualizar mis hallazgos y mis fallos. Es más, mi ortografía a mejorado considerablemente desde que la comencé a implementar a mis comentarios en las redes sociales y en el Messenger; se hace más lento el escribir pero uno se acostumbra. En resumen, el internet me ha ayudado mientras disfruto de mi tiempo “libre”.
Y ¿He mejorado? Ahora soy aceptable para digerir las críticas a mis textos ¡me sirven! También puedo aportarle a mis compañeros en sus textos sin sentir culpa por lo mal que se puedan sentir – ¡lo mejor es que lo puedo hacer con una considerablemente buena acentuación! – Mis cuentos se entienden menos, pero esto probablemente se deba a que inocentemente creo que todos entienden lo mismo que yo. Mis textos, aunque a algunos les parezca un “vómito” de ideas, se han vuelto más específicos y evito perder al lector con el exceso de adornos – pero también dejo algunos para que no se aburra -. Por último debo afirmar que aún me gusta escribir después de lo mucho que me han molestado con mi escritura y que estoy dispuesto a que me sigan dando duro durante el resto de carrera que aun me queda.
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