martes, 9 de octubre de 2012

Besos

Tu primer beso fue una flor blanca, húmeda y atractiva; hermosa y dulce. Fue un beso corto y dañino, un beso sabio que jugaba entre unos labios veteranos y una boca ingenua. Fue un momento, largo, corto, roto. El instante que sabía que vendría pero estaba seguro que no ocurriría jamás. Fueron unos segundos de un desorden practicamente ridículo para...
la trayectoria que seguían los eventos de nuestra amistad. Recuerdo que te miré y parpadeaste dos veces: una con tus largas pestañas y otra con tu boca sobre mi labio superior. Yo solo me dejé llevar, sin enredarte, sin ser brusco, sin respirar...

Pero ese fue el primero. Luego solo hubieron juegos modestos donde yo aprendía y tú te dejabas llevar humildemente. Eran flores rojas, que estaban en todas partes y que, aunque hermosas, lentamente nos cansamos de ver.

El último fue una flor negra de petalos amplios; uno que nunca vi, que nunca probé; unos besos que vinieron en forma de palabras, marcadas al rojo vivo en tu voz. Fue un beso disfrazado con una sonrisa, una promesa y un rápido adiós...

Suerte


Cara

A su lado, viéndola dormir decidió que debía besarla. No se le ocurrió cómo. Era el segundo año que pasaba con ella y aunque la consideraba una mujer magnifica no se había tentado a pasar de compartir un buen rato de charla. Ahora estaba allí a escasos centímetros cubriendo la distancia con la tenue cereza que emanaban sus labios.

- pucha – murmuró indeciso.

Ella parpadeó y le devolvió su sonrisa cansada y amistosa. Luego se quitó las gafas y cerró los ojos. Él apretó un poco la mano que juntaban desde hace un rato sin mucha fuerza y la besó en la nariz. Luego se acomodó en su hombro y se dispuso a dormir. Contando ovejas, decidió, junto a una brizna de césped, que todavía no era el momento. Quizás no hubiera tal momento, pero le gustaba su amistad y no quería saber nada de reacciones.

Ya le bastaba con su indecisa moneda.

Cruz

Solo tenía ganas de meterle un puño. Después de tanto tiempo se daban ambos una oportunidad de intimidad y cariño y él no hacía nada. Ella llevaba su chapstick coqueto que a veces protegía y a veces invitaba desde poco más de una hora y ese tiempo también lo llevaba fingiendo dormir, de frente a él, esperando que se decidiera. Ahora se recostaba en su hombro para dormir. Abrió los ojos y vio su cabello liso cortado por encima de las orejas. Su barba rozaba un poco su pecho y su respiración lenta y caliente se deslizaba por su cuello como una caricia. Quizás no estaba tan mal.

Metió la mano libre al bolsillo y sacó una moneda.

- Cara o cruz – preguntó con voz ronca a su compañero.
- Cara –

No tiró la moneda muy alto; dio tres vueltas antes de empezar a caer, lento, hasta la palma de la mano que se cerró escondiendo la respuesta.

- ¿Qué salió? – preguntó él buscando sus ojos en la semi-oscuridad.
- Pues –miró la mano cerrada un momento y luego la  guardó en el bolsillo junto a la moneda – Cara y cruz, bobo.

Cerró los ojos como las películas de amor y besó sus labios humedeciéndolos de cereza y saliva. Alguien rió cerca de ellos pero no importo. Un beso tímido, primerizo en cuestiones políticas, siguió bailando entre los dos.

Ella sonrió para sí.

A veces siempre bastaba con su decida moneda.

lunes, 1 de octubre de 2012

Carta


- ¿Salimos? A ver si te conseguís una novia.
- No parce. Tengo que estudiar. Pa’ la próxima.
- ¡Qué le vas a creer a ese huevón! Ese man no sale nunca. Vámonos a romper el piso de la discoteca y quién sabe qué más.
- Bueno lárguense ya, no jodan
- Sin trauma parce, nos vemos al rato.
- Se cuida papi. nos hace la tarea.

Se quedó recostado junto al cuaderno mientras las risas de sus amigos se alejaban. Cuando llegó el silencio, saltó hasta su equipo portátil y activó su chat. Sonrió satisfecho con los contactos en verde.

> Hola bonita.
>> kiubo pedro¿Se fueron tus amigos?
> Sí, ya por fin.
> Tengo cartas, doritos y todas las camas de la habitación J
>> Qué bueno! Podrás dormir muy cómodo
> ah
> pues sí ¿no?
> pero no quiero dormir, ¿Vienes?
> eres mi única amiga
>> Lo siento. Otro día nos encontramos si quieres ¿Vale?
> Ah… qué vas a hacer? Dormirás sola? Puedo ir, estoy libre.
>> No. Me veré con tus amigos; quiero pasarla bueno. :P
>> Chao

El contacto se puso en gris. Pedro se quedó mirando un rato la pantalla del portátil y luego la cerró de un golpetazo. Cayó de espaldas sobre la cama y miró al techo lleno de espirales. Él las había pintado junto con su mejor amigo cuando todavía era posible seguirles el ritmo; ahora no se podía. Se mordió un labio y se puso la almohada sobre la cabeza. Gritó ahogado un rato. Luego dejó al silencio invadir la habitación junto a un  “tac” incómodo cada segundo. Unos golpes arrítmicos en la puerta interrumpieron su tedio. No respondió y tras unos segundos los golpes insistieron.

- Los integrantes de esta habitación se fueron de putas y la contestadora tiene un sueño lo suficientemente grande como para caminar hasta la puerta. Deje su mensaje que igual no se le atenderá. – Su grito salió por un pequeño hueco bajo la almohada y llenó la habitación.

Los golpes insistieron.

- Pedro… ¿Me abres? No te demoro. – una voz aguda y clara atravesó la puerta hasta el joven. Pedro no se paró de inmediato a abrir la puerta; la hizo esperar. Cuando finalmente atendió, ella seguí allí.

- Hola pedro – Saludó una niña bajita con una trenza y el rostro cubierto de acné.

- Beatriz. ¿Te cancelaron el toque de queda o ya te incrustaron un chip de seguimiento? Le voy a decir a tus papás.

- Idiota. ¿Puedo pasar? – La niña lo empujó hacia atrás junto a la puerta y se tiró en una cama. Tenía una blusa roja y los pezones marcados. Pedro empujó la puerta con la cabeza y la cerró, luego desde una silla se quedó mirándola a los ojos.

- ¿Se te perdió algo? – Preguntó tratando de enronquecer la voz.
- Sí. Mi primera vez, con algún idiota en esta habitación. Pero ya no importa. ¿Te enteraste? ¡Es genial!
- ¿Genial? ¿y tiene que ver con vos? Estamos jodidos.
- Ja ja ja. Te va a tocar leerlo por payaso; no lo escucharás de mi voz. – La niña sacó una hoja arrugada de su short. Tenía el sello roto de la universidad en la esquina.

Pedro la arrebató y la leyó arrugando la frente, pero conforme avanzaba esta se iba despejando. Al final había levantado las cejas y un hueco se formaba entre ellas. Beatriz le miraba divertida.

- Por… ¿Por qué? – El joven la miró a los ojos. Luego volvió a la carta. Emitió un largo “wooow” antes de volver a ella.
- ¡Esto es brutal! Quiero ver qué hacen mis amiguísimos. Con esto si que me toman en serio. Nunca creí que una harpía me traería buenas noticias. – Pedro tomó la muñeca de la niña y la levantó corriendo. Un “idiota” rápido se quedó flotando en la habitación antes que la llenara de nuevo el silencio del reloj.





El ambiente se rompió cuando la música se fue. Algunas personas siguieron bailando frenéticas en la pista, pero la mayoría se quedó mirando al DJ que levantaba los hombros y señalaba un muchacho obeso de gafas. Un grupo de jóvenes chifló y gritó al verlo, pero él no les prestó atención; aún así las risas se volvieron canto general. El joven aludido se aclaró la voz en el micrófono y empezó a leer de una hoja de papel tan arrugada que podía pasar por papel higiénico mal doblado. La algarabía persistió un rato pero luego comenzó a hundirse. El grupo que lo burlaba se quedó callado, mirándolo como si fuera un desconocido. Alguien corrió hasta el micrófono y lo desconectó pero el joven siguió leyendo a gritos.

Junto a él, la hija del rector sonreía, con su trenza y su acné.

Una joven rompió en llanto  y se dejó caer en la columna. El DJ gritó tratando de callarlo, pero el discurso ya no tenía más que retórica. El daño estaba hecho. El grupo de jóvenes burleteros se había sentado en el piso y miraban sin fuerzas para arrepentirse. La niña puso la música de nuevo pero nadie bailó.

El daño estaba hecho.

Noticia


Una parvada de religiosos, disfrazados de acuerdo a su religión, rodeaba la torre del periódico. De espaldas a esta se revolvían nerviosos, apretando símbolos de distintas índoles en sus manos conforme la gente se iba amontonando en las esquinas, calles, cafeterías y demás locales que rodeaban el lugar. La muchedumbre aumentaba junto al tiempo y el sudor que se escondía bajo la ropa de todos los reunidos. El ceño arrugado, producto del sol de medio día se dibujaba en la frente de todos; incluso de aquellos que permanecían en la sombra.

En uno de los vértices de la montonera, entre ambos bandos, una chica se revolvía nerviosa. Esperó unos minutos en la cafetería, junto a un café ajeno sin probar. Intentó conversar con alguno de los que esperaban, pero su mirada se perdía cada tanto en el otro grupo. Alguna persona le alcanzó a hablar de una familia que se había roto para venir junto al periódico algunas horas antes en otra parte antes que se decidiera a cruzar. Tomó el café ya frío de un sorbo, se recogió el cabello con una tira roja y dejó a su compañía hablando sobre un hijo que no tenía padres.

- Vámonos. A ti no te van las peleas ni nada. Si quieres te leo o escuchamos tu música.  – dijo a un hombre que miraba, desde primera línea, la gente que se amontonaba. Él sacó un pañuelo del bolsillo trasero y secó el sudor en su cara antes de mirarla.

- Caro – la tomó de las mejillas y la besó en la frente, humedeciendo sus labios con el sudor de ella – quédate y cuando la muchedumbre inconforme se canse, vamos a celebrar. Quédate, todo esto no pasa de hoy.

Caro lo miró e intentó abrazarlo, pero varios hombres la empujaron fuera del muro humano. Una muchacha gritó tras ella y bolas de papel periódico volaron con fuerza hacia la torre, pero el muro no se retiró. Ella intentó abrazarlo de nuevo y él la retuvo junto a él. No pudieron separarlos y la gente cerca cedió con desaprobación.

- Vámonos, por favor – dijo apretada con fuerza – Esto no me gusta, ni siquiera lo que viene, todo es una mierda.

- Cállate, no insultes. Esta vez podemos celebrar, cenarás lo que prepare, haremos el amor toda la noche y mañana si quieres. Ahora sí podemos.

- Dirás follaremos como locos toda la noche espero. No me hago a la idea de hacer el amor, ni la guerra, ni la paz. Ahora  no quiero ni hacer la cama. Además antes ya lo hacíamos, sin permisos de nadie; ni le preguntaste a mis padres. – Caro lo soltó y regresó a la cafetería. Siguió mirándolo desde la sombra, indecisa si recostarse completa en la pared o tan solo apoyar un codo. Al final se decidió por ignorar la pared.

La gente del muro había ya comenzado a recoger las bolas de papel periódico y hacer aviones de distintos tamaños. En un momento el aire se llenó de aviones que se precipitaban a la calle; incluso uno o dos barcos cayeron tras volar un poco, no muy lejos de sus dueños. Caro recogió dos aviones y los tiró en una caneca llena de papel con fuerza; luego pateó el tarro y corrió junto al hombre.

- No te irás ¿Cierto? – preguntó buscando su mirada.
- No.
- Si te digo que seré lo que quieras, olvidaré la pasión, la locura, el desenfreno y lavaré tu plato y tu puta ropa, ¿Aún así te quedas?
- Sí.

Caro se dejó caer en su pecho y no pudo evitar llorar. Nadie intentó separarlos mientras la camisa se humedecía y se salaba de lágrimas. Él tomó su rostro y la besó en la punta de la nariz; trató de consolarla con una sonrisa.

- El tiempo se acabó, quédate conmigo.

Ella no respondió. Cruzó los brazos detrás de su cuello y empinándose le besó cerrando los ojos. Él devolvió el beso en silencio y se dejó llevar. Alrededor nadie los notó; todos los ojos abiertos estaban fijos en una muchedumbre que lentamente empezaba a correr.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Megera - El sentido del odio


No estoy dispuesta a disculparme. Las personas que juzgo lo merecen y por el contrario, yo no merezco su odio. Cada tanto debo disfrazarme de miedo para castigar porque el miedo es la primera parte de la condena. Luego viene un inútil arrepentimiento y la muerte, dependiendo de lo “indulgentes” que sean los dioses. A veces me pregunto si deberíamos molestarnos en bajar, las tres; para ellos – en particular Apolo – casi todas nuestras “víctimas” actúan bajo su mandato y merecen el perdón. Eso de por sí ya es una premisa idiota; independientemente de quién les ordena, el daño cometido no se puede compensar. Son culpables por hacerlo pudiendo evitarlo.

Dejo mi deber en el Erebo y cubro mi cuerpo de sangre, serpientes y alguno que otro adorno ritual. Dependiendo del clima remato con unas alas oscuras. Con todo esto, tomo mi lista y bajo a cumplir con mi cometido. La infidelidad es abundante incluso en los dioses – sobre todo en ellos, pero no los puedo tocar – y aun así  soy la que tengo menos trabajo. Mi hermana que castiga los delitos de sangre mantiene ocupada y con ella, nosotras. Siempre estamos juntas así no sea el castigo de nuestra autoridad. Debemos cuidarnos. Solo somos nosotras y nada es inmortal. Con todos esos héroes que engendran los dioses, un día uno podría buscarnos para desmoronar el equilibro en pos de su “justicia”. Pero por ahora la justicia somos nosotras.

Y nos odian. Tanto el que agravia como el agraviado. Incluso todo el Olimpo por renegar su autoridad. Nosotras no pretendemos que sea así, no lo buscamos, no lo elegimos. La sangre de un “miembro titánico” nos dio vida y responsabilidad. Si hubiera sido distinto,  hijas de un escultor, un mercader perezoso o cualquier otro mortal, estaríamos a la merced de los dioses, amando a los humanos, lastimándoles por error y traicionándoles por placer. Pero no pudimos elegir y terminamos malvadas, siendo parte del Erebo, condenando y juzgando con la muerte porque no se puede hacer un acuerdo con nadie. Nos toca jugar del lado del odio.

Y no estoy dispuesta a disculparme. No lo hago por placer ni por resentimiento. Es solo mi trabajo.

jueves, 28 de junio de 2012

Iniciativa

Un hombre espera tras el telón con expectativa. Antes le han dicho que la actuación es magnífica y que definitivamente lo repetirá.  El telón no  abre y empieza a escuchar a los actores moviéndose en el escenario. No puede ver nada y se frustra. El tiempo corre y el telón cambia una vez. Es más atractivo y sugerente que el anterior, de colores rojos y vivos, pero tampoco le permite disfrutar la obra. Cansado, decide irse insultando a la troupe por burlarse de su paciencia. El escenario se queda en silencio, esperando un espectador descarado que se atreva a levantar el telón y ver el último acto.

Léxico inútil


''Uno acaba convirtiéndose en aquello que ve en los ojos de quienes desea’’ C. ZAFÓN

Supongo que es una sana idiotez.

La idiotez de por sí no es sana y es evitable. Hay una cura de paciencia, reflexión y tolerancia pero ¿Qué hacer? Me consume un egoísmo y una posesión ilusoria sobre una persona. Ella no me pertenece. Yo no le pertenezco. Cada quien hace con su puta vida lo que se le antoja.

¿Lo qué se le antoja? ¡Qué va! Soy una pieza de ajedrez en el tablero de sus caprichos. Me muevo a su ritmo y las olas de su deseo revuelven mi estomago. Quiero significar en su mundo, ser invitado a todo aquello que quiere esconder. Quiero ir más allá del mundo superficial en el que me ha encasillado, el mundo al que dice, pertenezco.

Pero, caray. La vida no es una ficción mal escrita ni yo soy el héroe de un drama de telenovela. Los besos que perdí, se volvieron materia restringida para mis anhelos. El cuerpo en el que me quiero perder en un juego de sudor, saliva, cariño y placer no pasa de ser el protagonista de un sueño erótico inconcluso. Aún me despierto y mi cama es la mitad de grande de lo que desearía. Eso y el doble de vacía.

La amistad es extraña. El amor, una cagada y tú, tú eres una calentura mal sintonizada. Estamos fuera del margen impuesto, pensando como nos enseñaron. ¿Qué voy a esperar? Todo lo que se anticipa es la posibilidad de una experiencia ajena. Pero nadie es como tú ni como yo, cariño. Para  nosotros solo queda improvisar. Yo, seguirte deseando y muriendo por no tentarte a seguir. Tú ¿tú?

martes, 22 de mayo de 2012

Te necesito


Tarareaba frecuentemente una tonada de su autor favorito. No significaba mucho para él; de hecho la música que escuchaba no le daba sentido a su vida. Solo le divertía. Le gustaba repetir la rutina de enamorarse de una belleza, conquistarla – Con música, palabras bonitas – intentar estar a su lado, aburrirse y largarse. Siempre era así y le convenía: la sociedad le permitía dar el primer paso y dejarlas aburridas, molestas y pensando en que los hombres juegan con las mujeres ya que no pueden con muñecas. Pero toda historia necesita un punto de giro, un evento una transformación. Para él, llegó vestido de inocencia y con animos de confiar en todo; una niña despistada atrapada en su encanto inconsciente:Isabel.

La conoció en un momento crucial de su vida – Otro de muchos –, unos minutos que fueron una colisión de casualidades forzando una cercanía absurda. Ella era una niña aún, de blusas, música popular y dudas. Él era una respuesta parada contra la pared, solemne y callado. La curiosidad lo encontró y mirándole con ojos grandes como platos le hizo una pregunta, sin preambulos, evitando rodeos. El mintió - como siempre - sin dudarlo, pero fue diferente. Mintió para hacerla reír. Fue incómodo y extraño. Nunca había usado su escudo de esa manera y se erizó con las carcajadas de la niña; la charla siguió, dueña de la necesidad de buscarse y en unos minutos  se encontraron el uno al otro, acordes, distintos, dueños de una simpatía nada común en unos desconocidos.

Él la ayudó a crecer. Desviándose de su rutina la encontró como su amiga, una niña que se alegraba de su compañía, que le interesaba aprender de él y que se perdía en su cháchara. Ella, sin darse cuenta, se dejó atrapar sentimentalmente en su juego inconsciente. Él no lo vio. Sus lentos pestañeos y los largos suspiros mientras devoraban el tiempo. Las noches abrazados, respirándose, y jugando con sus manos con una tosca inocencia. Las largas charlas sobre el amor y los silencios que se volvían necesidad de besarse. Él no supo enamorarse y ella cambió. Empezó a escuchar la música que quería y a tararear las canciones del autor favorito que tenían en común. El tiempo juntos se fue desvaneciendo y cada día la distancia se convertía en importancia para él y olvido para ella. Las palabras, los significados y el mundo se volvieron puntos de vista apartados, puntos que no se querían ver, ojos cerrados. Crecer la fraccionó en lo que quería con respecto a quien lo quería. Él la vio, distinta, parecida, lejos de lo que era y su dolor, más ficticio que real lo forzó a moverse. Creció.

Los daños se hicieron meses y los meses temporadas. Estaban juntos pero separados, tarareando al mismo autor, sin dirigirse la palabra. Los veían como amigos, pasaban tiempo juntos, parecía que charlaban pero no decían nada. Se quedaban en las convenciones y en un silencio cómodo que no los dejaba separarse. Vivían en frecuencias distintas, él superando su fantasma, ella viviendo su vida y sus gustos. El tiempo empezó a dejar marcas de pasado pero no prestaron atención y continuaron abandonanse a la indiferencia. El hielo terminó de condensarse, y las grietas desaparecieron. Sus ojos no se volvieron a encontrar.

Un día cualquiera, la casualidad los reencontró en un bar, como amigos, sin la frialdad de los buenos conocidos, y les prestó algunas palabras para pasar el rato y el plante que les hicieron. Rieron, recordaron y se miraron. Él la tomó de la nuca y la besó sin pedir permiso, sin permitirle evitarlo, sin retractarse. Ella se resistió y luego se dejó llevar. Fue un beso largo, sin miradas, sin caricias, solo el roce de los labios y las lenguas. El tiempo pudo haberse detenido, dejandolos en ese placer de expresar sin palabras todo lo callado. Pero el final llegó, abrieron los ojos y la realidad les sonrió de nuevo. El silencio se sentó junto a ambos y no les permitió decir nada. La música de fondo cambió y ambos inconscientemente tararearon, sin percatarse del otro, un fragmento de canción ya gastada en su memoria:

y una nube de arena dentro del corazón, y esta racha de amor sin apetito.
Los besos que perdí, por no saber decir:
                                                                  “te necesito”.

domingo, 6 de mayo de 2012

Laberinto


La vieja terminó mal después que la eché de mi lado. Se perdió en la vanidad y en la generalización del género masculino. Ahora solo elige los peores; si todos son iguales ¿Qué más da? Por mi parte, mandarla a la mierda supuso una pared. Se acabaron las ventajas de tenerla contenta y no me motiva rogarle a alguien que esté conmigo solo para derrumbar ese muro. Me contradigo. Cada noche me vuelvo los caprichos de la ciudad, así no me anime. Reinvento los callejones ruidosos y los sobrevivo; me adapto a los círculos que ya no les da la gana de cambiar. Aun así, el muro de la ausencia no cae, sigue allí; pretende persistir. Los días que veo grietas y consigo un beso rápido, baboso, largo, de lástima o un abrazo con caricia en la entrepierna, me da por creerme albañil y lo cierro. Algún órgano, aún fiel a mi herencia cultural – quizás mi hígado que se queja tanto – me empuja a sentir asco por esas relaciones fugaces; de un rato. Termino de nuevo vagando por las avenidas de gente indiferente e hipócrita. Me vuelvo uno más y comparto su aire podrido esperando ser, en algún momento, otra sombra guiada de la mano en la muchedumbre.

Dejaré de fumar, me digo en algún momento, “me hace daño” afirmo con convicción ajena. Empiezo con esa nueva ruta y mi vida sigue en el mismo tono. La historia de tragedia se mantiene, pero la forma del relato ahora tiene nuevos recursos: El tedio y la puta necesidad de todo. Un narrador podría poner un cuchillo encima de la mesa, una caja de antidepresivos al lado de mi cama o una soga y no se malgastarían. La mesa sigue vacía tras el trabajo. Mi cuarto, cada minuto más desordenado, no propone nuevos desarrollos. La línea de mi vida me echa la culpa cada que me ve y acepto con resignación; los roles del villano, la víctima y el bufón me fueron asignados sin posibilidad de reembolso. Grito a la noche y compro una caja de cigarrillos. Me apoyo en la baranda de algún mirador durante una hora llana y enciendo uno. Mi vida continúa sin giros inmediatos  o inesperados.

-          Parce, busque una vieja, es una hartera verlo así –
-          Amor, si quieres me paso por tu apartamento en la noche; si cualquier cosa, estoy en “casa de mis amigas” -

Le sonrío a mi amigo y le suelto cháchara sobre el machismo y el amor como ente manipulador. Rechazo el ofrecimiento de su novia - Si terminas un día con Alejo te acepto. Ahora es mi amigo y no me lo quiero cagar así - Ambos me miran con cara de idiotas y yo les correspondo. ¿Qué esperan que haga? No es tan sencillo. El muro de su ausencia todavía sigue allí, irreductible, riéndose de mi incapacidad de pasar de ella. El cambio de mis pequeños hábitos no son brechas lo suficientemente grandes para opacar la forma de su sexo; un cambio me devuelve a sus labios gruesos en círculos sobre mi boca, bajando por mi pecho, humedeciendo mi cuerpo de sudor y saliva. Regreso a sus pezones duros, y a mi mano dibujando su torso sobre la cama. Recuerdo su mirada excitada y su risa tonta que me hacía reír. El esfuerzo es vano y lastima; prefiero no cambiar, sufrir y fingir que no me importa. Soy  débil.

 En algún momento mi orgullo se tenía que regar hasta cagarla. La cagué. No hay camino de vuelta y para seguir, toca improvisar.

Deshago mi ritmo de vida y marco un número. Lo dejo sonar tres veces y cuelgo. No me acostumbro a insistir en el teléfono; si no me contestan hay más razones para no llamar de nuevo que excusas por no levantar el auricular. La vida confabula en mi contra. Eso o no le importo. Levanto el teléfono y escucho el timbre durante unos minutos hasta que se corta todo sonido. ¿Si todos los hombres son iguales, me aceptará un rato en su cama como uno más? Me visto de cualquier manera y salgo a la calle, guiado de la mano por una esperanza vana. Una gota de tragedia golpea mi nariz. La siento como una carcajada silenciosa del muro que me atrapa. Es una declaración de guerra. Sigo adelante pero a la primera, luego le siguen dos, tres, muchas y la acera se inunda. Me dejo caer en el andén, cansado de todo y trato de encender un cigarrillo pero la lluvia me lo impide. Río sin ganas.

-        ¡ Puta!… Otra pared

miércoles, 2 de mayo de 2012

La Índole de un Adiós Apresurado

Y mi pereza se vio subyugada por el mensaje en la nevera. Una nota con caligrafía de mujer que revivía los temores que me habían perseguido tantos años. Tomé un lapiz, agregué una línea y corrí a la habitación a llenar mis maletas. Para cuando ella regresó, la casa estaba en silencio y vacía. Fue, tras una vana busqueda que su padre encontró un vestigio arrugado al pie de la nevera que decía en fina tinta negra: : "Hoy traigo a mis padres. ¡Sorprendenos!". y remataba toscamente en lapiz casi al borde de la hoja: ¡Sorpresa!

viernes, 6 de enero de 2012

Amigos

-    Parce – susurró el eco del filo en el aire – esto es por haberse traicionado.

Las palabras cortaron mi vientre dejando una estela escarlata sobre mi camiseta. Mi sinceridad pesaba en mis labios y me costó levantar la cabeza; todo mi ser se deshacía en punzadas que sacudían mi ingenuidad.  Un grito se ahogó en mi garganta, en mi mirada fría y en mi corazón.

Él no se inmutó y dibujó una línea en mis mejillas con su índice antes de atraparlas y penetrar en mi mente con sus ojos impávidos.  En su rostro todo parecía igual excepto su sonrisa ausente. En el aire no sonaban palabras de ánimos o dosis de cruda realidad como siempre ocurría a su lado; solo repiqueteaba el eco de un silencio amargo y lleno de odio.

-    Parce – ultimó una bofetada – ¡deje de perderse en su cielo raro y respóndame! ¿Vos crees que mi Cata esté viéndose con otro hombre?

Parpadeé unas pocas veces y vi el paisaje a mí alrededor. Todo se veía de una normalidad desconcertante; sin heridas salpicando tiempo, ni prospecciones de lápidas con mi nombre en ninguna parte. Frente a mí sonreía un amigo de toda la vida.

-    ¡Qué va! – Mentí mientras golpeaba su hombro – esa niña solo le ama a usted