miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Qué se hace?


El teléfono sonó tres veces antes de que me aviniera a contestarlo. Estaba tranquilo antes de responderlo, un poco lento por toda una tarde sentado frente al televisor, pero realmente tranquilo.

-       Parce – La voz se escuchaba cansada y lejanamente conocida - ¿Qué se hace cuando se pierde un amigo?
-       Eh… - Reflexioné un momento el contexto antes de darme cuenta que éste no me daría la respuesta – Pues no sé… supongo que intentar recuperarlo ¿no?
-       No funciona, nunca funciona… cuando el amigo le da la espalda no hay de donde agarrar… ni siquiera están las arrugas de la camisa…
-       Pues jálalo del cabello ¿o es calvo también? – me sonreí un poco – No mentiras, a lo bien no sé. Hable con él, de pronto esa persona tiene tu respuesta…
-       Nada… - Respiró profundo, al otro lado de la línea antes de continuar – Usted no tiene idea, al igual que yo. Pero gracias por escucharme parce y pues… nada, ya perdí supongo… duele una mierda pero hay que seguir… hablamos.

Se escuchó un clac y luego un timbre palpitante en mis oídos. Colgué el teléfono y me tiré en el sillón, cuan largo era. - ¡Putas! – pensé. No tenía idea de que hacer cuando se perdía un amigo. Si el amigo muere, nada que hacer, pero si está allí, inaccesible pero allí debe ser muy duro. Tarde o temprano se olvida ¿no?... revise mentalmente a todos mis amigos y a todos los que había dejado ir… Eran muchos. Cada etapa de mi vida me había brindado amigos distintos, amigos con los que sobrevenía toda esa etapa. Nunca me habían dejado tirado en la mitad. Yo si los había dejado embalados; no en el momento, en ese entonces estuve con ellos y para ellos, pero si en la maratón sin meta que era la vida. Había adaptado mi entorno para adaptarme y a mis amigos. Era “normal”.

Pasé los canales sin prestar atención. Mi mente estaba liberando corchos de recuerdos y dejaba salir oleadas de un vino amargo en mi memoria. Primero fueron recuerdos bonitos, luego fueron huellas vacías, donde estaba solo, pensando. Agité mi cabeza y traté de sellarlos; estaba bastante bien como para revivir aquello que ya había “dejado ir”. No sirvió de nada, su sonrisa rota se pinto lentamente en mi memoria, con acuarelas que descorría el vino. Su sonrisa. Su mirada.

Una lágrima bailó por mi mejilla antes de desaparecer. Sí sabía que hacer cuando se perdía una amiga; había que dejarla ir, yo lo hice. Yo fingí ser duro, yo solté su mano, siempre en la mía y le di un empujón hacía la salida. Ese era el consejo que le daría a quien me llamó. Debía devolverle la llamada.

Caminé hasta el teléfono, lo levanté y miré pensativo el teclado. No tenía un atisbo de quien me había llamado; quizás fui yo mismo pidiéndome consejo de nuevo; o tal vez equivocado. Regresé a la sala y me dejé caer en el sillón. De nuevo no me importaba nada, ni la llamada ni aquella mirada. Me puse cómodo y subí el  volumen del televisor.

Dulces sueños


Deslizó el índice sobre la mejilla hasta los labios; se detuvo y con algo de su propia saliva los humedeció un poco. Ella no se inmutó en su sueño profundo; sus pestañas permanecieron como persianas cerradas, escondiendo la pasión con la que miraba. No recordaba haberla visto dormir antes; siempre era él quien se rendía primero ante el sueño; quizás en algún momento ella le había visto dormir, con su cuerpo a la disposición de unos deseos ajenos. Besó su nuca y bajo sus manos hasta el abdomen, dibujando sus pechos en el camino. Le gustaba tenerla entre sus brazos. En algún momento estuvieron siempre así, pero en ese entonces eran todavía niños sin responsabilidades; ahora no era así. Ahora a duras penas se veían de noche, cansados de todo, excepto de ellos mismos. Pero dormían; debían descansar.

Giró su cuerpo y quedó frente a él. Respiraba despacio y con fuerza. El tiempo se detuvo un largo rato y las cosas no cambiaron. Él siguió mirándole, mientras recordaba momentos de libertad pasional; en un “entonces” donde amar era muy fácil; hasta tonto. La miró y en la oscuridad la vio joven, tal cual la conoció. No habían ojeras ni marcas de cansancio; no fruncía el ceño; estaba tranquila. La besó en la punta de la nariz y luego en los labios, sin moverlos, solo posándolo. Ella pestañeó un poco y le miró unos segundos; luego terminó el beso con movimientos lentos y dulces, sin pasión. Un beso solo de cariño.

-       Te amo – murmuró con la voz ronca. Él sonrió y la beso en la frente.
-       Descansa – respondió.

La tomó con fuerza entre sus brazos y dejó que el sueño lo arrullara. Pensó un poco en hacerla feliz de alguna manera creativa; en un niño para que gritara en la casa. Pensó en reencontrarla con las cosas que le gustaban, en darle tiempo libre. – Quizás – dejó bailar en su mente antes de quedarse dormido. 

domingo, 16 de octubre de 2011

Obra


¡Compórtate!
Si alguna vez te importé, sal de la escena con honor y despídete. No es necesario un adiós elaborado ni un forzado “amigos” con los labios temblando. Tampoco debes dibujar una sonrisa sobre tu rostro en monocromo. En este tipo de actos más vale la seriedad y la objetividad; de otro modo perdería el sentido y caeríamos de nuevo en deshonestos “Quizases”.
¡Anímate! 
No se acaba el mundo y no lastimas a nadie. Es ilógico, complicado y estresante preocuparse por todo aquello que piensa ahora quien dejaste ir. Di lo que debas desahogar, firma un acuerdo, dale la mano, posa tus labios en su mejilla – hazlo en silencio, puede perder la concentración – y suelta sus manos. Después de la despedida las palabras no dichas se quedaran bailando en tu lengua. No mires hacia atrás; el lugar está vacío.
¡Continua! 
No lo olvides. Si lo haces o si tan solo lo intentas, eventualmente lo recordaras de nuevo. Piénsale todo el tiempo que desees, extráñale, suéñale, escríbele historias y canciones. Que no pase su nombre de la prisión que es tu boca. Si lo dejas salir, te traicionaras y trataras de buscarle. Levanta el rostro y afirma a todo lo que te digan los demás; por un tiempo solo pronunciaran estupideces… no deben preocuparte.
Y ahora puedes sonreír si lo sientes, o si lo quieres. Ríe, llora, siente. Te devuelvo el telón de nuestros actos que ya cayó. El público se ha retirado y nuestra obra, nuestro drama, nunca tuvo un “detrás de cámaras”.
Au revoir

lunes, 3 de octubre de 2011

Mañana

    -  Yo te protegeré hermanita. No te preocupes, siempre estaré allí para ti.

Los susurros de la noche helaban los altos pinos y pequeñas hojas danzaban a través del parque. Dos niños, cubiertos de finos harapos se abrazaban en una banca de piedra sucia.
-        
          -   Te contaré una historia para que no duermas. Será mejor que la de ayer y esta vez no pondré ogros.

La niña parpadeó lentamente y escondió su cabeza en la camisa sucia del niño. Tenía los ojos húmedos y la nariz un poco torcida por los golpes que había recibido días antes. Había dormido casi todo el día pero estaba cansada igual que ayer; igual que el día antes y quizás el día anterior a ése también.
-         
           -  La historia es sobre una hermosa niña que tenía todo lo que quería. Es acerca de unos padres que la amaban y nunca peleaban. Es sobre un mundo sin botellas ni botellazos. Es la historia sobre una niña que no debía dormir y sobre su hermano.

Una lágrima rodó por la mejilla de la niña, pero no era de ella; ella ya no podía llorar. La niña cerró sus ojitos y trató de no recordar, de no revivir, de no pensar ni siquiera en el hambre que la acosaba. Cerró los ojos y durmió. La luna los vio a los dos, en la banca de mármol. El niño acariciando los cabellos enredados de su hermana mientras lloraba en silencio; aún le debía una historia pero la dejo dormir. Mañana sería un nuevo día para construir historias y engañar de nuevo el hambre.
El nuevo día les encontró de nuevo. La niña despertó cansada y con frio; el niño no despertó. En sus ojos aún se encontraba el fantasma de una lágrima producto de lo que fue y quizás, si el niño lo hubiera sabido, de lo que ya no sería.

domingo, 2 de octubre de 2011

¿Quieres salir conmigo?

¿Quieres salir conmigo? ¿Apostar por lo desconocido y darnos una oportunidad?

Puedo caminar a tu lado y llevarte de la mano como una niña con su pequeña muñequita. Puedo cantarte, contarte cuentos y reírme hasta tarde junto a ti. Acompañarte a ninguna parte y decirte nada. Acariciarte en sueños y abrazarte con fuerza siempre que pueda.

O también podemos ser buenos amigos… Y cambiar los besos por confianza… 

Nada que decir

Te quiero,
Eres hermosa e inteligente,
me estremeces.

Te quiero,
En tus abrazos grises,
en tu inconsciente desquite,
en las palabras que callas
y aquellas que aun me dices.

Te quiero,
tan estúpidamente,
que después de escribirte mil cartas,
un poema
y un cuento,
sé que no  hay nada que decirte.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Alfonso López 6

Fue extraño. Realmente creo que todo fue culpa de aquella tilde; sin ella ni siquiera me habría atrevido a besarte. ¿A besarte? No habría aspirado a mirar a tus ojos ni a pensarte a mi lado. O puede ser el hecho de que hayas nacido. O sencillamente toda la culpa la tiene el bus en el que coincidimos por primera vez. Es más, ¿Sí estamos juntos o lo imagino todo? ¿Estoy creando ilusiones para satisfacer alguna fantasía personal? Veo tus ojos oscuros, intermitentes, deslizando por todo mi cuerpo palabras que humedecen mi piel. Escucho tu respiración agitada y pequeños murmullos que erizan mi espalda y luego ríen sobre mi nariz. Siento las caricias de tus dedos dibujando estelas de sudor al ritmo de cada latido; tuyo o mío. En mis labios se esconde una línea de saliva dulce y un poco de tus pechos que saben a pasión y a rutina. Mi olfato no me ayuda mucho, solo detecta un aroma: una esencia corporal propia de nuestra desnudez. ¿Puedo realmente confiar en mis sentidos o también son esclavos de aquello que quiero creer?

Quizás los recuerdos. Antes hablábamos mucho, demasiado. Si decidiera decir que no eres real habría demasiadas lagunas en mi vida universitaria. En la personal no tanto; casi no nos molestamos en pensarnos fuera del instituto. Pero, si es así ¿cómo llegamos a este punto? Te volviste importante en algún momento que no recuerdo. En algún momento tuvo que haber un primer roce, una primera palabra, un primer beso, un primer abrazo. Debió ser en el centro comercial donde te las ingeniaste para rozar mis labios. O quizás antes, cuando te di la hora en la fila de espera del banco. No, definitivamente todo es culpa del bus en el que me subí el primer día de clases; el transporte que menos me gustaba y en el que no podía confiar. Pero no pude evitar sorprenderme, era inaudito: sobre una “o” en el letrero de la “Alfonso López” había dibujada una tilde tranquila y fue esa señal, esa pequeña llamada la que me forzó a poner la mano. Fue aquella pequeña marca, más un mugre que una tilde en sí quien me obligo a coincidir contigo en aquel bus. Y fue gracias a esa valiente llamada ortográfica que me molesté en sentarme a tu lado y en contra de todo lo que creía, decirte: Hola.

Líneas y lunas


Al principio tracé una línea. Tú dibujaste un círculo alrededor y no dejaste crecer mi creación. Yo no la quería abandonar así que negocié contigo y quedamos en que te contentarías con una media luna alrededor de mi línea; pero de nuevo bloqueaste mi camino. Te lo dije y me atercaste diciendo que aun me quedaba un lado libre; el lado por el que comencé. Yo no quería regresar allí. ¿Qué podía hacer? Solo se me ocurrió algo: hacer trampa.

Esperé a que durmieras y rompí tu luna; conecté  mi línea a las dos puntas libres y la volví a cerrar. Se veía raro, pero tu figura se tragó la mía y creció un poco conservando su forma. Me acosté ese día tranquilo.

Al despertar te encontré a mi lado llorando. A tu alrededor habían cientos de líneas que se bloqueaban entre sí y no planeaban moverse. Compungido intenté abrazarte por la espalda pero me empujaste y culpaste del desastre. La luna ya no estaba. Derrotado, busqué mi línea y la encontré peleándose con un trozo roto de luna porque le estorbaba. Le regañé y luego la abracé por última vez. Después tomé sus puntas y las uní en círculo para, con algo de cuidado hacer una pequeñísima luna. Era hermosa; tierna y única. La llevé a tu lado y la dejé en un charco de lágrimas que te miraba con tristeza. En ese momento no le prestaste atención. Cuando finalmente la viste yo ya hacía rato que me había ido, junto con todas las líneas que olvidaron ser luna solo para crecer un poco más.

martes, 27 de septiembre de 2011

:)


"Hay momentos en los que la vida exige un cambio. Una transición, como las estaciones. La primavera fue maravillosa, pero el verano ya acabó. Desperdiciamos el otoño y ahora de repente hace frío. Tanto que todo se congela. Nuestro amor se duerme y la nieve lo toma por sorpresa. Pero si te quedas dormida en la nieve no sientes llegar ...la muerte" Cortometraje de Paris Je t'aime.

Y cuando todo murió solo quedó sonreir. Con una sonrisa amarga, llena de remordimiento por lo que no se pudo lograr o aquello que se dejo pasar pero al fin y al cabo una sonrisa. Todavía con la marca de una bofetada de verdad en el rostro y los pasos de unas lágrimas abandonadas sobre las mejillas. Alrededor todo marcha exactamente igual pero ya no hay manera de encajar. Ya no hay manera de abrirse paso hacia adelante ni hacia atrás. Pero quedarse quieto no es una opción. Puede que duela muchisimo y te critiquen de la misma manera, pero la mejor opción es dibujar pasos a seguir en los lugares donde parezca que el suelo no se desmoronará. De nuevo tratar de no caer y avanzar huyendo de esa odiosa verdad. A la mierda el machismo... nosotros también podemos llorar...

Oublie moi


Alguna vez te adoré pero no prestaste atención a todo lo que hice para ti. Entonces decidí vivir con este cariño y transformarlo en una amistad valida y lo suficientemente fuerte. Ahora te acercas y me susurras al oído que me amas. ¡No seas estúpido! Confundes mis decisiones. Y no solo es eso, también te aferras al no decir las cosas como las sientes sino adornándolas de florituras que no significan nada para mí. Si quieres algo, pídelo. Si te lo puedo dar, te responderé. No me insinúes aquello que quieres, que yo me esconderé en mis evasivas de chica lista.

Quiero creer que no me gustas y te lo repetiré hasta que me duela decírtelo. No me importan tus lágrimas. Yo fui fuerte por ti. Ahora espero que seas fuerte por mí. Hace mucho que no confiaba en nadie como tú y espero que decidas bien y pueda contar contigo de ahora en adelante…

¿Amigos? :)

Me gusta


Me gustan las palabras que al unirse tienen muchos significados...

Me gusta que me inviten a "pasar el rato"

Me gusta pasar el rato...

Me gustan los rollos de algas y verduras...

Me gusta escuchar la música triste para recordar...

Me gusta que te recuestes sobre mi y me hables...

Me gusta que pelees conmigo

Me gusta que revuelvan mi barba y mi cabello...

Me gusta que digas lo contrario a lo que sientes y te hagas un nudo.

Me gusta estar contigo. 

Esto y muchas cosas más son cosas que "me gustan" y que no necesitan una razón para gustarme. 

Pero tú, tú no me gustas ni un poco. Ni reuniendo toda mi lista de gustos podrías gustarme. El momento del "me gustas" ya pasó hace mucho y ya se fue. El ahora no tiene una palabra precisa que lo explique. No un "te amo" o un "te adoro" dejarían claro lo que quiero expresarte; ni siquiera una mirada constante o un gran abrazo serían gestos significativos. Por eso te dire lo que no es y creeré que con eso basta, que con eso saco de mi todo aquello que no admite el lenguaje impuesto. Así que mujer, te repito lo mismo que le digo a todas: "No jodas, no penses y sonreí"

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Adiós no basta

- Es una buena chica – repetían sin cesar para luego retractarse – Era una buena chica.

El ritmo de mi respiración variaba a cada eco de lo mismo; a veces era el dolor de la muerte temprana, a veces el impulso de enfrentar a los desconocidos y sus palabras huecas. No importó mucho, siempre supe controlarme, enfrentarlo: primero a las lágrimas, luego a la estupidez y al egoísmo. Yo debía ser fuerte por aquellos que no reconocían en sí mismos su propia fuerza.

Por un lado podía ver los gritos devastados de una madre que sobrevivía a quien había visto crecer. Por otra parte las lágrimas intermitentes de aquellos que nunca se dignaron a conocerle; esa familia que solo recordó que tenía hermanas, sobrinos y madres el momento en que se estaba rompiendo. ¿Qué podía hacer yo en la mitad? Quería llorar, golpear las paredes, buscar a los insensibles que habían tomado una vida que no les pertenecía, luego matarlos. ¿De qué servía? Ella no regresaría más. Ni sus carcajadas, ni sus despiadadas palabras al enojar sazonarían la receta que era el hogar. Su cuarto sería una trinchera de lástima que no permitiría el paso y yo, yo solo sería un mobiliario más tratando de mediar la guerra que había impuesto la injusticia y el dolor.

El día que la vi por última vez, no coincidió con el de su perdida. Ese día grité a mis padres frustrado por su mandato y cerré con fuerza la puerta de la calle. Ella me esperaba allí con los brazos cruzados y apretando su mirada, haciendo que su nariz luciera como una papa vieja. Me causó gracia pero el orgullo no me permitió reír y traté de apartarle. Recuerdo que se apartó, recuerdo que caí. Luego me levantó y ese momento quedó como un vídeo roto en mi memoria: “Jódete todo lo que quieras, pero si le vas a gritar a mis padres me avisás”. La miré un segundo y luego la empujé al piso. “idiota” pensé. Me levanté y corrí; en la esquina escuché su frase de cada día resonar por el vecindario “mañana me llevas a la u panda idiota” Después solo el sonido de los carros y el ruido del mundo. Al otro día no fui a casa; les dejé solos.

No sé si arrepentirme o aceptarlo sabiendo que de ningún modo ese destino habría cambiado. La muerte es inevitable pero ¡Tan cruel! Miles de ancianos ansían su último suspiro en los hospitales pero se van aquellos que aun esperan pelear mucho más en sus vidas. ¿Qué hacer con las madres desamparadas? ¿Quién les devuelve el tiempo invertido a aquellas abuelas que no tenían más que amar a sus nietos? Ojalá pudiera robarme toda esa tristeza y cargar con ella solo, pero a duras penas puedo con mi propia carga. No veré los ojos a mi hermano de 8 años que no entiende lo que perdió. No secaré las lágrimas de un padre que no sabe llorar a su única hija. Ni siquiera me forzaré a sonreír la hipocresía de que la vida sigue, porque es falso. Para ella la vida no sigue y para mí comienza una nueva vida. Solo quiero salir, mirar el sol y saber, que éste nunca más iluminará su rostro. Saber que aun me queda el fantasma de su grito en mi camisa. Saber que todo lo que fui ya no es ni siquiera un pasado que se pueda revivir, porque tú no estarás en él.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Parálisis Visual


Somos una sociedad globalizada de hipócritas, compuesta de pequeños mundos con “requisitos”. El personaje de la canción “Ya no sé qué hacer conmigo” lo sabe. Dando una revisión a todo lo que ha “cambiado” se da cuenta que en realidad es el mismo y que todas esas contradicciones a las que se ha enfrentado fueron solo requisitos para crearse una imagen. No ha cambiado él como individuo en una sociedad. Ha cambiado lo que quiere mostrar, adaptando su propia apariencia a alguna situación particular, o simplemente dejándose arrastrar por la “manada”.

Los seres humanos tenemos máscaras dependiendo de la situación o el grupo de personas. La “cara” que le ponemos al profesor de taller de escritura y la que le ponemos a nuestros amigos cuando hablamos mal de éste no es la misma. Puede que no pensemos lo que decimos; puede que tengamos algún objetivo como impresionar a nuestros compañeros con  “valentía”, pero necesariamente no somos nuestra esencia, porque desde el momento en que comenzamos a tratar de “encajar” en todas partes nos empezamos a creer nuestras mentiras y nos transformamos en ellas. Pronto nos volvemos el “vestido” que usamos y olvidamos a quien lo usa junto con sus motivos para usarlo.

¿Qué quiere mostrar un adolescente con jeans rotos? ¿Para qué los tintes de cabello, o los cortes “extravagantes”? ¿Qué se esconde tras los cortes en los brazos de algunos adolescentes? ¿Para qué leemos libros que no nos gustan? Sencillo: Fingimos un cambio de imagen para adaptarnos a los aparentes requisitos de una sociedad. Tenemos la necesidad de encajar en un mecanismo que solo ofrece beneficios si funciona y solo funciona si cada piñón gira como se pide. Los individuos somos esos piñones y para “funcionar” debemos llenar los requisitos que el consumismo, la publicidad y la “manada” imponen. 

Un ejemplo sería nuestro grupo de literatura donde para “charlar con el resto” toca tener un conocimiento mínimo de lectura. En el sentido estricto del grupo, quienes en toda su vida hayan leído los didácticos libros de “nacho”, la saga de Stephanie Meyer, los libros de Harry potter o algún Popol Vuh obligado en el colegio no podrán más que contentarse con  escuchar a quienes han leído a autores como Bretón, Stendhal, Víctor Hugo, Kafka u otros y asentir con la cabeza a lo que se diga. No hay que dejarse coger ventaja de los compañeros o te miraran por el hombro. Toca leer así no quieras; toca encajar.

Una insatisfacción propia nos empuja a comparar modelos de vida y a copiarlos para ser más como otros y menos como uno. Jugamos con lo que los demás juzgan de nosotros para causar impresiones. En el fondo somos la misma persona pero la imagen que proyectamos es una imagen con estándares de “encaje” que quiere captar un atisbo de atención. Esa imagen no es un producto únicamente visual; también es parte de lo que cortamos al decir, de lo que nuestro perfil público quiere mostrar, los libros que leemos, la música que escuchamos, la gente con la que decimos andar, incluso lo que afirmamos pensar. En este sentido nos volvemos lo que queremos mostrar y es la opinión externa quien decide que tanto debemos querer a ese nuevo “yo” producto de la imagen creada.

El personaje de “Ya no sé qué hacer conmigo” entiende la necesidad de una hoja de vida personal  para vivir. Ha hecho y dejado de hacer un número considerable de cosas que no lo han cambiado en absoluto, a veces contradiciendo lo que creía que le gustaba. Es importante considerar los factores de edad y las sociedades que rodean a cada época. Los requisitos que piden a un niño de 8 años y a un hombre de 40 años varían considerablemente al igual que los gustos. Hubo una época en la que amaba jugar “Stop” en la calle con los amigos de la cuadra; ahora los amigos se han muerto o sencillamente ya no se hablan con “la chusma” del barrio y si ni comunicación hay, toca olvidarse de los juegos. En la actualidad para ser un adolescente aceptable debo consumir, andar a la moda, tener una barba “cuidada” y si es posible conseguir una novia para lucir con los amigos y quitárselos de encima; en ese “mundo” general también toca encajar. 

¡Olvidemos lo que somos! ¿Eso pa’ qué? Sigamos preocupándonos por una imagen para mentirle a las personas; sigamos haciendo lo que no queremos, mostrando lo que no somos, fingiendo apariencias que tarde o temprano se irán en contra de lo que somos y terminaran deshaciéndose. Tenemos que encajar y satisfacer lo que los demás quieren de nosotros porque ¿qué mierda importa lo que pensemos? Se nos dan unos estándares y tenemos que cumplirlos, ¡Qué ganas de llevar la contraria! Tarde o temprano todos seremos un mismo estereotipo que llevaremos con orgullo, sin identidad, sin creencias y sin voz. Corramos con la manada, para pronto llegar al matadero del olvido y el silencio.

martes, 30 de agosto de 2011

Libro

Él escribió un libro de amor para ella. Ella lo leyó, sonrió y fue asesinada por una voluntad ajena a la suya. Durante mucho tiempo el libro solo significó dolor para el hombre; un dolor que no veían los  adolescentes sin ideas que abusaban del libro usandolo como diario de conquista. En ese sentido aquel libro murió junto al hombre, un tiempo después de ser escrito ya que la razón, el contexto y los dueños de aquel mensaje habían desaparecido y allí solo quedaban un grupo de páginas con frases bonitas que hablaban de un amor que ya no conocían. 

sábado, 20 de agosto de 2011

El hijo que no existirá


Eres una hoja en blanco en la que se escribe una historia. Yo te daré tinta y pluma; te mostraré como escribí la novela en la que vivo y te recomendaré para que tengas eventos tan divertidos como los míos. Trataré de estar toda la historia junto a ti para verla avanzar, pero no te prometo nada; algún día en mi libro ya no cabrán más líneas.

No olvides que aunque mi historia termine mal, yo seguiré escondido en los “pie de página” apoyándote y empujándote así que no te detengas. Solo espero  que tu historia no vaya a terminar antes que la mía porque no podría seguir, viendo morir entre las brasas un libro tan joven.

Te quiere de corazón,

tu padre.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Incoherencia


El cariño que te ofrezco no es el usual. Es un cariño violento, de amigo condicional que espera lo mismo a cambio. Te empujo, te abrazo, te grito y confío en ti. Algunas personas se preguntan porque me quieres y viven sorprendidos. Otros prefieren creer que soy tu novio y que sencillamente a ti te gusta el maltrato. No pueden estar más equivocados. ¿qué pueden saber ellos de una amistad de aparente igualdad si viven atrapados en la burbuja jerárquica e hipócrita que impuso el machismo? Viendo solo una fachada no alcanzarán a ver el flujo emocional que viaja entre nosotros. Pueden tener una excelente visión, pero no podrán “vernos”

Pero en el fondo mis palabras están vacías. No puedo evitar verte como mujer, quererte como mujer y acariciarte como si fueras una mujer. Eres mi amiga, sí, pero también eres la “niña” que cristalizaron mis ojos la primera vez que te vi. La niña que se acercó y buscó en mí la respuesta a alguna duda. Así que debo aceptarlo: te quiero como mujer y aunque trate de luchar una “igualdad parcial”, en el fondo pensaré en ti con el estereotipo de “niña” que me impuso mi herencia cultural… ¿lo siento?

domingo, 14 de agosto de 2011

Esperar y callar


Él la ama. Quizás más de lo que ella merece, pero lo hace. A diario la piensa y teje sonrisas alrededor de su mundo de penurias intentando captar su atención. Cuando puede, la busca e intenta robar su tiempo. No es feliz limitándose a seguir así, pero no hace nada para dar un paso extra. Él prefiere callar.

Ella lo sabe y ríe. Se divierte desde su trono de soberana inmediata y lo ve feliz a su lado. Cuando quiere, se deja encontrar y le comparte un poco de su tiempo. Pero los momentos juntos se marchitan y él no lo intenta; no lo dice. Le gusta ser importante, pero no le basta. Quiere más, lo quiere a él, aun así decide callar. Ella prefiere esperar.

Ambos observan el cuadro de la victoria de la paz en la pared frente a ellos. Ella descansa su cabeza sobre el torso de él mientras deja que los brazos de éste jueguen con su abdomen y su cabello. Se sienten bien; no han hecho más que acariciarse en silencio pero no fuerzan el momento. Piensan en un sinfín de cosas y en nada, pero la habitación permanece callada. Solo el pausado ritmo de dos respiraciones marcan los segundos como un reloj roto.

-          Te quiero – murmura ella, rompiendo la máscara en el ambiente.
-          Lo sé – responde con los ojos cerrados. Le besa en la entrada de la espalda y cierra los ojos.

El silencio regresa y les mira con ojos caprichosos mientras las manos se vuelven más atrevidas y los besos más decididos. Éste les ve tratar de satisfacer sus emociones y sueña con que por fin decidan ser algo más. Pero se sonríe: ellos no avanzarán. Hace mucho tiempo que fue él, el silencio, quien robó ese amor mutuo para que jamás fuera pronunciado. Él seguirá callando. Ella seguirá esperando.

lunes, 8 de agosto de 2011

Ahora


Nuestro presente no es arbitrario, pero tampoco hay un destino. Podemos mirar atrás para darnos cuenta de esto ¿Qué habría pasado si te hubiera dicho que la biblioteca era una biblioteca y no una cafetería? ¿Estaríamos en el mismo lugar? ¿Te afectaría mi presencia siquiera? No lo sé; puede que haya tenido un sinfín de oportunidades de conocerte y  haya decidido pasarlas por alto o me haya dejado llevar. Aún así el momento presente no sería el mismo. Tendríamos distintos recuerdos, quizás otras percepciones de quienes somos, o sencillamente no “seriamos”.

Nuestra vida juntos no tenía planos de construcción y antes de ser, sencillamente no era. Las cosas que hemos dejado pasar ya no son. Quienes somos ahora, lo que significamos el uno para el otro son consecuencias de todo lo que hemos compartido y causas de lo que quizás aún nos quede por compartir. En algún punto de nuestro mundo ya vivido decidimos seguir juntos hasta el ahora. Tal vez mañana te canses de mí; tal vez me ansíes aun más a tu lado.

El pasado se quedó atrás; si nos dejo cuentas pendientes aún es presente.  El futuro no ha llegado aún y no podemos predecir que nos traerá si no actuamos en el ahora. Por eso me alegra que estés a mi lado. Que compartas tus contados minutos de tiempo libre conmigo. No me importan las palabras que no supiste usar ayer; construiré mi presente sin ellas. Tal vez mañana no signifiquen nada y sigamos siendo amigos como siempre. Tal vez sean la causa de una nueva pelea. ¿Quién lo sabe? Tanto tú como yo somos impredecibles y en vez de reflexionar sobre lo que era o lo que aun no es deberíamos aprovecharnos ahora :-D Te quiero.

Daniitalismo


Si fuera la ortografía la que juzgara la inteligencia, seríamos la mayoría de usuarios unos brutos. Pero la estética no es conocimiento: no es la puntuación, ni la acentuación, ni la forma correcta de las palabras la que da el contenido. Aun así, es terrible leer los comentarios de algunos compañeros que buscan "impresionar" con su sabiduría armando debates donde, contrario a crear controversia, se limitan a insultarse mutuamente usando el tema como excusa...

Antes no sabíamos escuchar... ahora ni siquiera nos molestamos en "leer" lo que nos enseñan los demás...

Bostezo


No, hoy no te veré. Me quedaré en mi cuarto con mi calma y mi paz, sonriendole al techo que sabe escucharme. Hoy me alejaré de tus mimos desesperados y tus caricias que nunca llegan más allá de la piel.

Lo siento, no me esperes: tengo pereza

Sí - pensó ella - hoy tengo pereza de estar contigo

lunes, 13 de junio de 2011

K-ren

Los viejos tiempos no regresarán.

Ambos tuvimos una oportunidad y la echamos a perder; tú con falta de confianza y yo con exceso. Ahora no hay vuelta atrás.

El sol reposa sobre nuestras huellas marcadas en la tierra, cubiertas por un leve rastro de lluvia. Huellas ahora sin dueño; sin presente. Importa poco ya. ¿Quién querría leer los desvaríos de alguien que descubre la verdad?

Jurabas que no había amistad y lo intentaste demostrar destruyendo la que había entre los dos. No puedo confiar en ellos; ni en tí; ni en mí: en nadie. Pero tampoco quiero limitarme a asentir con la cabeza y resignarme a que todo sea porque sí. Debo seguir en alguna dirección. Adelante ya no es una opción porque estás tú; tampoco hay forma de volver atrás: tu sonrisa me lo impide. Creo que simplemente saltaré al rio y me dejare llevar. Quizás a una catarata; quizás de nuevo a un lago estancado.

Escribiendo ésto traiciono a muchas personas. Te traiciono a ti, a mi profesor que intentó mejorar mi modo de pensar y de escribir. A algunos compañeros que esperaban más de mí. Pero nadie es perfecto; ni siquiera hay quien pueda ser el mejor. Y aunque caigo de nuevo en mi apagado dolor, no soy quien antes intentaste rescatar de su falso martirio. Soy otro tipo, con los mismos sentimientos... los viejos tiempos no regresarán.

Dibujar con palabras


Los héroes, los villanos y los simples aldeanos de mi infantil imaginación, fueron los mejores amigos en mi niñez; Quería dibujarlos y compartirlos, junto a los momentos más excitantes que pasaban conmigo. Pero el lápiz en la mano solo creaba círculos, líneas y montañas incoherentes que se juntaban con un enorme sol y de las que descendía un río que se ampliaba hasta una fea casa. Era frustrante; No era eso lo que veía en mi memoria. Mi mano y mi inteligencia creativa no se ponían de acuerdo para dibujar; pero no me rendí: decidí narrarlo todo.

Al principio me sentaba frente a un paisaje y en una hoja de papel anotaba todas las características que me parecían más importantes. Luego agregaba las emociones que el paisaje me generaba y escribía una corta narración, no del paisaje en sí, sino más del momento. Después traté de reescribir recuerdos importantes para no olvidarlos, pero no era lo mismo; los recuerdos no eran importantes por si solos: habían demasiados factores necesarios para contextualizar, los cuales eran difíciles de plasmar en una hoja.

En la secundaria mi profesora de español me decía que yo era muy bueno para escribir y no decir nada. Casi pierdo esa materia varias veces, pero gracias al azar del destino y unos cuantos buenos amigos, siempre salía bien librado. Detestaba los textos de estudio; eran aburridos y demasiado específicos para decir las cosas. Prefería las historias fantásticas de Michael Ende, o las reflexiones en forma de cuento de Herman Hesse; éstas me inspiraban para expresar lo que quería decir; eso sí, nunca mostré a nadie mis primeros escritos, de los cuales me sentía orgulloso.

En la universidad me estrellé. Me di cuenta que mi escritura además de ser automática carecía de fuerza. Decía las cosas por decir; trataba de que parecieran bonitas sin darle importancia al contenido. ¿De qué me servía? En los trabajos de mi profesor de taller de escritura nunca entendía lo que el autor quería decir ¿Cómo saberlo? Hasta entonces  había evitado el decir algo en mis textos; Sencillamente me dejaba llevar para describir algo, basándome en estilos de escritores – en su mayoría – de fantasía. Debí haber escuchado a mi profesora de español en su momento; pero la pereza y la falta de interés pudieron conmigo. En la universidad tocó cambiar.

En las demostraciones lógicas tenía que ser estricto expresándome. Era sencillo, pero representó un problema para mí pensar solo en lo que tenía que hacer; buscar el recurso exacto para demostrar una tesis por uno de los pocos caminos viables. No me gustaba pero me aguanté… hasta que pude. En la carrera de matemáticas me sentía limitado para escribir, por lo que vi materias extracurriculares relacionadas con la técnica de la escritura y fue por estas materias por las cuales finalmente me decidí a cambiar de carrera.

Dejé matemáticas, pero para mi desgracia no abrieron la licenciatura en literatura ese periodo. Así que espere en casa y cometí un error: Releí todo lo que había escrito hasta entonces. Fue catastrófico; Me encontré con una montaña de incoherencias románticas, desvaríos amorosos, cartas dramáticas sin destinatario y pensamientos plasmados en papel totalmente descabellados. La vergüenza se desbordó y luego se regó en un caudal a mí alrededor al pensar en todas las personas que me habían leído y aun afirmaban que les gustaba. Comencé a reescribir todo y a botar lo que no se podía salvar. Luego lo publicaba en la red social de ese momento y veía con orgullo los comentarios de todos los amigos que les gusta lo que escribo. Fueron unas largas vacaciones.

El nuevo año empezó y también mi pregrado de Licenciatura en literatura. Debo aceptar que estos últimos 6 meses han modificado totalmente mi escritura. Los profesores y mis compañeros que me han aportado y criticado para fortalecer lo que expreso. Es cierto que algunos me trataron de imponer autores que consideraban lo máximo en lo referente a la escritura, pero prefiero decidir eso por mí mismo e igual les agradezco su interés.

 En lo referente a este semestre, tres materias le dieron duro a mi forma de escribir: Novela y Creación, Taller de técnica y metodología de la escritura y Teorías del lenguaje. Pero más que las materias, con las temáticas de los cursos, los que me dieron duro fueron los profesores de cada una; desbaratando mis argumentos, criticando mi ortografía, poniendo a los compañeros de curso en mi contra, mostrándome los errores en el uso de las palabras, en fin, de verdad me dieron duro.

El profesor de “Novela y creación”, de entrada me dijo que mis cuentos eran un horror. Mis historias podían ser interesantes, pero no servían de nada si todo el texto me lo gastaba describiendo al personaje. Anexé a la técnica de mi escritura narrativa, el hecho de dar vida a los personajes por medio de eventos. También comencé a poner cuidado al exceso de verbos en pasado, a los “había”, a la enorme cantidad de palabras que terminaban en “ía” y a los “que”, de los cuales fácilmente se podía abusar. Por otro lado, me olvidé de los adjetivos que en su exceso más que adornar, le quitaban ritmo a la prosa. Fue algo difícil, pero lentamente me fui apropiando de todos éstos.

Por otra parte, mi profesor de “Teorías del lenguaje” me torturó, primero con mi automatizada escritura ya que a veces me dejaba llevar por el bolígrafo y segundo con la ortografía – bueno, de hecho TODOS me torturaron con la ortografía – ¡Bajar puntos por una tilde es ridículo! Las notas de los exámenes cortos mantenían en su mayoría por el piso gracias a la escasez de acentuación. Tocó apropiarla “a las malas”. También le debo a Jacobo y a Diana por demostrarme en cada texto la increíble cantidad de tildes que me comía; estoy obeso de tanto comer tildes.

Y el último de los tres – pero no por eso el más “dulce” – el profesor de “Taller de técnica y metodología de la escritura” me mostró, o más bien nos mostró a todo el grupo que éramos unos niños escribiendo y que en ese momento, la mayoría de nosotros pensaba y hacía las cosas porque sí. Con su enseñanza, apliqué a mi técnica de escritura el hacer bosquejos antes del primer borrador, – Digo el primero porque se hacía necesario reescribir el texto varias veces – pensar con “mente fría” lo que escribíamos, darle importancia al aspecto del texto con los párrafos y las oraciones, intentar no caer en falacias en mis argumentos y de nuevo – al igual que en matemáticas – a ser “especifico” en lo que quería decir.

Sin embargo, todo mi aprendizaje no ha sido meramente académico. Publicando mis trabajos en foros o compartiéndolos con mis amigos, he recibido buenos consejos fuera del contexto universitario. También leyendo textos que me recomendaban o en los peores casos lo que se me pusiera en frente, encontré estilos y modos de escritura que me impulsaban a repasar los míos para visualizar mis hallazgos y mis fallos. Es más, mi ortografía a mejorado considerablemente desde que la comencé a implementar a mis comentarios en las redes sociales y en el Messenger; se hace más lento el escribir pero uno se acostumbra. En resumen, el internet me ha ayudado mientras disfruto de mi tiempo “libre”.

Y ¿He mejorado? Ahora soy aceptable para digerir las críticas a mis textos ¡me sirven! También puedo aportarle a mis compañeros en sus textos sin sentir culpa por lo mal que se puedan sentir – ¡lo mejor es que lo puedo hacer con una considerablemente buena acentuación! – Mis cuentos se entienden menos, pero esto probablemente se deba a que inocentemente creo que todos entienden lo mismo que yo. Mis textos, aunque a algunos les parezca un “vómito” de ideas, se han vuelto más específicos y evito perder al lector con el exceso de adornos – pero también dejo algunos para que no se aburra -. Por último debo afirmar que aún me gusta escribir después de lo mucho que me han molestado con mi escritura y que estoy dispuesto a que me sigan dando duro durante el resto de carrera que aun me queda.

jueves, 9 de junio de 2011

Maniquí

         -  Una vez me traicionaste, ahora he regresado a matarte –

La daga se deslizó por la habitación y buscó los latidos agitados por el miedo que resonaban en todas partes. En su filo, gotas escarlatas cantaban la muerte de los desgraciados que se habían puesto en su camino hacia su venganza. Pero eso acabaría hoy. Acabaría de la misma manera que empezó, sin premeditarlo, sin pensarlo, sencillamente como algo que debía ocurrir.

   - Antes me mataste. ¿No es justo que yo te comparta mi dolor?

La daga cortó la cortina y la habitación se iluminó con un gris espectral, dándole forma a los muebles en el estudio; iluminándola a ella. No sonreía, no mostraba emoción, solo sus latidos respondían a las palabras pronunciadas en la noche.

  - Antes te esperé, ¿sabes? Pero nunca apareciste.

La daga avanzó hasta su cuello y se dejó caer entre sus pechos insensibles. Ella no reaccionó, le siguió mirando con  sus ojos vacíos. La misma mirada con la que le prometió seguirle. La mirada que odiaba.

  - Dejé el camino libre para los dos. Me libré de mi falsa vida de amante feliz por ti; borré a la    familia que construí para que nadie nos molestara. Ahora ellos no se quejarán. Ahora nadie se quejará.

El filo de la daga cortó un poco de piel, pero la sangre no salió. Ella tampoco lloró. No mostraba miedo ni emoción alguna; estaba preparada. Solo los latidos se aceleraban por momentos y gritaban por toda la habitación. Una nube cubrió la luna y todo se oscureció un segundo. Cuando regresó, las sombras se habían desplazado, pero la daga seguía en el mismo lugar.

  -  No te daré una nueva oportunidad. Sufrí el infierno por esperarte. Mis pasos me delataron y me condenaron a callar en prisión. Pero algún día tenía que salir. Algún día tenía que volver por ti, para decírtelo, para comenzar a olvidarte: No te daré una nueva oportunidad.

La daga se hundió con fuerza en su piel de plástico, pero ella no se quejó. La primera puñalada fue lenta, las demás fueron mucho más rápidas. Sus ojos siguieron mirándole sin sentimientos, mientras los latidos resonaban en su cabeza. Unos latidos que aumentaban con cada puñalada y no querían cesar; los únicos latidos que no podía extinguir… Sus propios latidos.

El puñal y la boina

Rostro afilado, mirada precavida,
brazo incompleto en el misterio del bolsillo.
Calles nómadas, aceras desoladas;
solo el miedo predice lo que viene
y se escurre como hielo por mi espalda…

Vicio, deudas, responsabilidad,
dinero, dinero, dinero.
Un puñal, valentía y huevos,
una víctima sencilla  y descuidada,
quizás una montaña de grasa con gafas,
o alguna mujer desprevenida,
confiando en las pérfidas farolas.

Se choca el miedo y la necesidad,
el hombre que pierde por prejuicios,
la experiencia que aporta en calidad
y las sombras en la noche se detienen,
para el juego y el brillo de un puñal,
que sin filo vacía los bolsillos,
e impone autoridad al desgraciado.
Oídos sordos a ruegos desbocados,
miedo, soledad y una farola rota en una esquina.

Nota: Trabajo presentado, como adjunto al proyecto de prejuicios visuales, para la clase de antropología y literatura con la profesora Mercedes Ortiz. 

Condones

-          Buenas noches. Es que necesito comprar algo… pero no sé cual usar…
-          ¿Tiene prescripción médica? – La muchacha se acomodó sus gafas y le miró
-          No, la verdad es que no creo que se necesite…
-          No te puedo vender nada sin prescripción médica…
-          Niña, lo que pasa es que necesito unos… unos condones…

La Joven lo miró tras sus lentes de marco azul. Sabía desde un principio lo que buscaba pero había preferido dejarle hablar. Normalmente eran niños lindos los que venían, pero quien estaba frente a ella ya estaba hecho un hombre; 22, 23 años quizás.

-          Ah, Condones – exclamó la muchacha – No sé mucho de ellos porque no soy hombre, pero puede preguntarle a algunos de nuestros clientes. ¿alguien interesado?
Varios ancianos voltearon a mirar, pero sus esposas los arrastraron para seguir mirando. Nadie más se volvió.
-          Increíble. Entonces le guiare yo misma – Se sonrió y salió del mostrador.
-          Gracias… - El hombre la siguió hasta uno de los estantes más alejados.
-          Aquí hay varios tipos. Lubricados, sin lubricar, con sabores, cubiertos de chocolate, de plástico. También hay varios tamaños.
-          ¿En… En serio?
-          Sí, ¿de qué tamaño la tiene?
-          ¿De qué tamaño tengo qué? –tragó saliva – Normal… supongo
-          ¿Normal, y eso cuanto es? ¿15 cms?
-          No… un poco más grande…
-          ¿20?
El hombre negó y bajó la mirada. La chica se sonrojó.
-          ¿Más grande? - ahora fue ella la que tragó saliva - ¿Para tu novia es primera vez?
-          Sí… también.
-          Perfecto. Te recomiendo unas lubricadas de… estás.  Si no te sirven, te conviene usar una bolsa plástica.
El hombre las tomó con las manos cubiertas de sudor y evitó la mirada de la joven dependienta. Estaba rojo.
-          ¿Tienen una buena relación? – Preguntó ella como algo casual
-          ¿Por qué lo preguntas?
-          En el sexo es importante el amor; sobre todo si es una primera vez.
-          Sí… estamos bien… Queremos probar.
-          Está bien, entonces ven conmigo a la caja.
Ambos fueron hasta la caja. El guardia los miraba sorprendido desde la puerta mientras ponía el dedo índice en el brazo, tratando de medirlo.  La dependienta le cobró al hombre y empacó en una bolsa plástica la cajita.
-          Muchas gracias
-          Es un placer – respondió ella.
El hombre se volteó, pero la joven lo detuvo de la muñeca  y le jaló hasta tenerlo cerca de su rostro.
-          Siempre puedes volver si tienes problemas para ponértelos o para usarlos. Puedo proveerte de un curso gratis y privado.
Le guiño un ojo y le soltó. El hombre se quedo mirándola y luego salió de la droguería sorprendido. Aún así se estremeció cuando sintió una mano en el hombro.
-          Animo hombre – Dijo el guarda sonriéndole detrás de su bigote – Vos podes con las dos. Sos mi héroe…  Animo
Se miraron un segundo y el guarda le soltó y le empujó levemente en la espalda. El hombre se quedó sorprendido mientras  asimilaba todo lo ocurrido. Se detuvo frente a un baño y lo entendió todo. Soltó una carcajada y aplaudió; luego salió caminando para salir del centro comercial hacia lo incierto, porque ese lugar que dejaba era lo único cierto que hasta entonces, le había ofrecido su vida.

Dueño de mi silencio

Muchas canciones llegaron a mi vida, se instalaron un rato en mi rutina diaria y luego se fueron sin “decir” adiós. Muchas personas han pasado a través de la historia de estos últimos 20 años, algunas dejando huellas, otras sencillamente una mancha de tinta. Pero hubo una canción y hubo una persona que llegaron a la misma vez a mi “mundo”, unidas por la historia de un intento de amistad y el choque de un amor idealizado. La canción no refiere a la historia, pero me arrastra por las decisiones tomadas – la mayoría muy cobardes – y las emociones que en ese entonces me envolvían;  es un tema de jarabe de palo, de su primer álbum “la flaca”, se llama: “Dueño de mi silencio”.

La canción nos cuenta la historia de un amor que se acabó. El primer y segundo verso antes del coro nos muestran como todo lo que llevo a la pareja a estar juntos ya ha desaparecido, no existe; nos revela que los sentimientos – al menos los de un lado de la relación – Se han “apagado” totalmente y aunque el personaje busca dar marcha atrás y encontrar lo que antes les unió, siempre regresa al punto de partida donde ya no siente nada por su pareja y sabe que la relación llegó a un callejón sin salida; cómo dice Pau Donés en la canción: “ya no brilla la luz que me llevó a tu vera”, que en mis palabras sería algo como “ya no encuentro lo que alguna vez nos unió”.

En el coro, el autor nos expone la decisión tomada por el personaje principal de la canción: No ser esclavo de sus palabras. Se me ocurre pensar que éste prefiere callar, ser “dueño de su silencio” antes que hacer falsas promesas o mentir acerca de lo que realmente siente. El personaje ha decidido abandonar las palabras que eran la rutina de la relación y ser “neutral” en lo que quiere decir, para no encadenarse a lo que sus labios pronuncian.

 El tercer verso, y uno de los que más me afectó, nos refiere a un final. Todo lo que empieza debe terminar en algún momento, “no hay cielo sin estrellas ni un principio sin un fin”. Aquí el personaje termina la relación, justificándose en el hecho de que ése, es el momento correcto y alguna vez tenía que llegar; cuanto antes mejor. Termina el verso diciéndole que “después del invierno viene la primavera” el cual se aplica a ambos lados de la ex pareja; Al fin él es “libre” ¿no? Su primavera llegó después de la helada que fue el darse cuenta que la relación no funcionaría.

El final de la historia es una despedida. El autor nos cuenta como su personaje principal no consigue mantener una amistad con su ex pareja después de la relación y decide rendirse. Le pide que se quede con los buenos recuerdos y se olvide de él; es tiempo para ella de superar esa etapa de melancolía y seguir con su vida. Este verso en especial fue el que dejó un “rayón” en mi memoria, ya que yo tomé esa decisión de dejarla ir como amiga, en vez de darme otra oportunidad.

Esta canción no es de las obras más importantes de la banda “Jarabe de palo” pero sin duda una de las que más me gusta. Cabe decir, por otro lado, que la canción es sencilla de entender, está llena de lugares comunes y aunque cada oyente le pueda dar la interpretación que quiera, se puede caer fácilmente en lo más “obvio”, lo que nos muestran las imágenes de cada verso. Por mi lado, viviendo un “rechazo amoroso”, me sentí identificado con parte de la letra de la canción, aunque mi historia fuera de lejos parecida a la de la letra de “dueño de mi silencio”.

Canción para ser feliz

-          ¿Cuándo lo recogen? – preguntó el hombre operado antes que él. La pregunta se quedó sin contestar pero no fue olvidada; ni siquiera después que el hombre se fue. La pregunta siguió resonando en sus oídos.

-          Ya no me recogen, no queda nadie a quien le importe – susurró con un dejo de tristeza para sí mismo. En sus ojos apagados no se podían ver emociones, pero su voz temblaba cada vez que murmuraba algo entre dientes. A su alrededor, los otros pacientes no evitaban hablar a sus espaldas, pero a él no le importaba, sabía que al final se terminarían yendo como todos los anteriores.

En las noches sufría. Entre sueños podía ver su hogar en llamas, escuchar los gritos desesperados y después el silencio junto al crepitar vacío de las llamas. Luego despertaba y se daba cuenta que estaba vivo. – Fue simple mala suerte – le decían las enfermeras; No se animaba.

-          No, no fue simple mala suerte, fue simple egoísmo –
Soportaba las tardes con tedio y rutina. Afirmar, negar, aceptar. Antes también era así. A su esposa no le hablaba, solo le movía la cabeza y aceptaba lo que  decía. Le daba igual. No lo pasaba mal, pero le cansaba demasiado hablar con ella. – ya hablé con ella antes de la boda y después un tiempo ¿no? – se convencía a sí mismo en las peleas. Pero eso era antes. Ahora era distinto, la extrañaba un poco, pero sus ojos se mantenían impávidos. No lloró antes, no lloraría ahora.

-          Estarás bien, pronto te daremos de alta. ¡Anímate! Te están esperando afuera para cuidar de ti – Le dijo un doctor, con su sonrisa hipócrita. La misma sonrisa con la que disfrazaban las malas noticias. Mentía como todos los que iban a visitarlo. Ya nadie lo esperaba, ni afuera ni en ninguna parte. Pero pocos le visitaban: el doctor y las enfermeras que se rotaban para darle de comer. Todas vestidas de rosa. Cubriendo la sangre en sus cuerpos con batas blancas que se impregnaban y se desteñían.
-           Abre la boca, debes alimentarte – La abrió aunque no lo quería. O quizás, sencillamente no lo merecía. Su único brazo estaba en tratamiento y a duras penas le sirvió para arrastrar la silla de ruedas. Tenía que ser una señal: No merecía comer. Pero lo hizo igual que siempre, y se odió por eso. Se odió por todo.

Lentamente el tiempo llegó a su fin y lo dejaron libre de la prisión de paredes blancas.
 – Adiós – No dijo más. No agradeció, ni miró atrás. A nadie le importó. Nada cambió cuando se fue; su cama fue ocupada por otra persona y la vida diaria siguió en el hospital. Nada cambiaría. Nunca.

El hombre desapareció un tiempo. Luego se volvió famoso unos minutos, junto a una soga rota en un periódico diario, para después desaparecer como el resto de noticias.

lunes, 18 de abril de 2011

Muro de fuego

El tiempo  era más lento en ese infierno. El hombre miró alrededor pero solo vio las vigas ardientes que susurraban cenizas sobre su rostro. Aún así, sentía que debía continuar; algo le llamaba. Ajusto su viejo y roído abrigo de bombero y saltó varios escalones desmoronados para alcanzar un paso seguro en la escalera. Estaba cansado y dolorido, pero si había vidas en ese piso –el último – también merecían una oportunidad. Alcanzó la cima y se encontró con varias puertas destrozadas a hachazos y el ruidoso crepitar de las llamas. Había perdido el tiempo. Tras él se desmoronaron en escombros las pocas escaleras que quedaban, cerrando  la única vía entre él y el tercer piso. El hombre insultó al aire. Buscó con su mirada una ventana y pronto la vio: Al final del pasillo, al lado de una puerta rosada intacta. Corrió hacia ella y rompió el vidrio. Abajo se encontraban sus compañeros consolando a los familiares y ayudando a los heridos. Se veían como hormigas cuando alguien pisaba su camino: Desordenadas, buscando caminos alternos, sin saber qué hacer, mintiéndose a sí mismas, prometiéndose que todo estaría bien. Gritó con todas sus fuerzas para llamar la atención, pero las llamas y la tos apagaron su voz. Intento maldecir de nuevo, pero un débil lloriqueo y unos apagados ladridos llamaron su atención. Buscó de donde provenían y encontró la respuesta tras la puerta rosada, pero el ardiente pomo de la puerta le impidió pasar. El hombre rompió la puerta embistiéndola y cayó en un cuarto pequeño, rodeado de peluches negros de hollín que le miraban con un brillo macabro en sus ojos. No pudo evitar estremecerse. Siempre le había parecido que matar animales y luego idolatrarlos en peluche era lo más oscuro que tenia la humanidad, pero no lo comentaba. Los lloriqueos habían parado. El cuarto ya había sido invadido prácticamente por completo y la puerta por la que había entrado desapareció a sus espaldas cubierta por las vigas del techo. Era el fin. Quien estuviera allí tendría compañía para morir. Un ladrido fuerte se escuchó desde el otro lado de la habitación. Frente a él había una puerta escondida tras una muralla de llamas. No lo pensó mucho; pronto el fuego se apoderaría de su espacio y debía encontrar una salida; además por supuesto, salvar a quien estuviera detrás. Apretó el paso y atravesó el muro y la puerta rápidamente. Un golpe seco en la frente le hizo perder la consciencia.

Un fuerte golpe en la cara y un ladrido le devolvieron a la realidad. Una niña le miraba con ojos llorosos mientras sostenía un perrito gris en sus manos. El hombre se inclinó y estudió la situación. Estaba en una habitación de sirvienta. Tenía una ventana pequeña que daba a un callejón, pero era lo suficientemente grande para los dos. Debía salir ahora, el tiempo se acababa y el fuego no era paciente en ningún sentido a la hora de avanzar. Una lengua de fuego abraso su espalda y le obligo a decidirse. No lo pensó. Tomó a la niña en brazos y atravesó la ventana de un salto hacia el vacio de cuatro pisos que le esperaba. Vidrios y trozos de madera saltaron junto a ellos. El tiempo lentamente recupero su cauce. La caída fue larga para ambos, pero el golpe final no lo sintieron igual. El bombero cayó de espaldas y sintió como todo se hundía en su interior. El aire comenzó a escapar por todas partes y perdió la fuerza. La niña solo perdió el aire y se lastimo con una astilla de madera. Varios hombres se acercaron y se llevaron a la niña. Otro bombero le tomó de la mano.
-          

- Todo estará bien, Bile - Murmuró  sin seguridad - La niña ya esta a salvo, no debes preocuparte... resiste, ya vendra ayuda.

El hombre volteo la mirada y vio los ojos claros de la niña. Brillaban con tranquilidad mientras abrazaba su perrito. No los volvería a ver nunca. La imagen se le nubló y lentamente las palabras de tranquilidad de su amigo se volvieron un molesto pitido. Luego un ladrido, luego un beso en la frente y todo desapareció.